+ Mons. D. Ángel Fernández Collado
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17 de octubre de 2019
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Nos movemos en un mundo muy descreído y secularizado que prescinde de Dios o lo ha alejado de su mente y de su vida. Sin embargo, hay también muchas personas, como nosotros, que creen y aman a Dios. Hay otras personas que buscan el sentido de su vida y se preguntan con buena conciencia: ¿Quién es Dios”. Nosotros les respondemos con palabras del Evangelio, es decir, la misma Palabra de Dios nos da la respuesta: “Dios es Amor” (1 Juan 4,14), “Dios es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por mil generaciones, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado…” (Éxodo 34,5-7). Un Dios que nos infunde confianza en su amor misericordioso: “Aunque vuestros pecados fueran como la grana, cual nieve blanquearán. Aún fueran rojos como el carmesí, cual lana blanca quedarán” (Isaías 1,18). Por eso, ante esta realidad en la que creemos firmemente, nos atrevemos a rezar, diciendo: “Oh Dios, por tu inmensa ternura y misericordia borra mi delito. Lávame a fondo de mi culpa y purifícame de mi pecado. Rocíame con tu agua y estaré limpio, lávame y quedaré más blanco que la nieve”(Salmo 51,3.4.9).
Un número importante de personas en nuestra sociedad, con una mentalidad excesivamente sofisticada y autosuficiente, no entiende ni acepta la Misericordia Divina. Su orgullo tiende a borrar del corazón humano la idea de misericordia. Sin embargo, nunca como en este tiempo ha tenido el hombre y el mundo tanta necesidad del Amor misericordioso de Dios. Un vistazo al panorama mundial lo confirma: conflictos entre personas, grupos y naciones; desprecio a los derechos más fundamentales de la persona, como la libertad y la vida; discriminación racial, cultural y religiosa; inmoralidad ambiental e institucional; persecución religiosa (abierta y encubierta); ruptura familiar y ataques a la familia cristiana; países angustiados por la pobreza mientras los más ricos miran hacia otro lado; … etc. En el nivel religioso se constata un progresivo enfriamiento y rechazo del Dios cristiano y de su Iglesia; un alarmante alejamiento de Dios y de lo religioso por gran parte de la juventud, mediocridad política y cobarde prudencia en quienes deberían ser líderes y abanderados del bien.
Claramente lo dijo el Papa San Juan Pablo II en Zaragoza: «No caigáis en el error de pensar que se puede cambiar la sociedad, cambiando sólo las estructuras externas o buscando en primer lugar la satisfacción de las necesidades materiales. Hay que empezar por cambiarse a sí mismo, convirtiendo de verdad nuestros corazones al Dios vivo, renovándose moralmente, destruyendo las raíces del pecado y del egoísmo en nuestros corazones” (10.10.1984).
Y la conversión más radical se origina al experimentar el Amor de Dios, su misericordia y su perdón. Nadie que conozca de verdad la Misericordia Divina, puede vivir sin convertirse. La Misericordia no es un atributo más de Dios; es lo más esencial de su ser. Conocer y experimentar la misericordia no es hecho accidental, sino la base de una auténtica y sólida espiritualidad. Hoy necesitamos conocer y experimentar la misericordia divina más que nunca, porque conduce rápidamente a lo más hondo del misterio de Dios, haciendo vivir la fe “en espíritu y en verdad”, y porque llena el corazón humano de esperanza, de alegría, de seguridad e de ilusión.
En el Evangelio Jesús nos descubre unas actitudes básicas para conocer y experimentar la misericordia divina: la sencillez y la humildad. Recordamos sus palabras hechas oración: «Te doy gracias Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Gracias Padre porque así te ha parecido mejor”(Mt 11,25 ss.). Para comprender vivencialmente los secretos de Dios, se requiere un corazón sencillo, humilde, oracional y contemplativo. Más que cualidades intelectuales hay que tener un alma limpia, humilde y pedir a Dios intensamente esta gracia. Por eso, el mismo Jesús les dijo a los apóstoles (y a nosotros a través de ellos): “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y encontraréis vuestro descanso”.
¿Cómo es Dios?:
Que el Señor nos conceda con la poderosa intercesión de Santa Faustina Kowalska llegar hasta el corazón de Dios y conocer y experimentar su divina misericordia. Que así sea.