+ Mons. D. Ángel Fernández Collado

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16 de noviembre de 2019

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]T[/fusion_dropcap]oda llamada del Señor lleva consigo una escucha y recepción de esa llamada, un encuentro personal con el que te llama, y asumir la tarea que se te encomienda. Por ello, además de otras posibles tareas o misiones a realizar, el elegido/a, llamado/a por Dios, debe fundamentalmente, en cuanto bautizado, enviado, evangelizador y misioneros: Anunciar a Jesucristo y su Evangelio; dar a conocer sus enseñanzas, su vida, Pasión, Muerte y Resurrección; enseñar a vivir como cristianos en la Iglesia y en el Mundo; conocer el amor de Dios nuestro Padre y sentir en nosotros la fuerza del Espíritu Santo.

La Resurrección de Jesucristo, la venida del Espíritu Santo en Pentecostés sobre los apóstoles, los discípulos y la Santísima Virgen María, juntamente con la conciencia del mandato de Jesús: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda la creación ” (Mc 14,15-16), “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo,… recibid el Espíritu Santo” (Jn 20,21-22), nos abren a la realidad de una Iglesia evangelizadora y misionera y a tomar conciencia de nuestra condición de bautizados, de discípulos y misioneros.

Nadie nos debe impedir el ejercicio de este derecho y el cumplimiento de este deber como cristianos, evangelizadores y misioneros. Los Apóstoles así se lo hicieron ver a los sumos sacerdotes y a los letrados. “Nosotros no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído” (Hech 4,20). Somos testigos de todo ello. Tampoco nosotros podemos callar. Es mucha la ignorancia a nuestro alrededor, son incontables los que andan por la vida perdidos y desconcertados, porque no conocen a Jesucristo. La fe y la doctrina cristiana que hemos recibido debemos comunicarla al mayor número de personas que nos sea posible a través del trato diario u ocasional y a través de la multitud de iniciativas pastorales en las Iglesias particulares y en la misión ad gentes, pues como nos dice Jesús: “No se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el  candelero y que alumbre a todos los de la casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,15-16).

Queridos jóvenes, formadores y acompañantes: quiero ahora, al finalizar este Encuentro Diocesano de Jóvenes, agradecer y destacar que vuestra presencia es hermosa y alentadora, porque portáis «buenas noticias», la buena nueva de vuestra juventud, de vuestra fe y de vuestro entusiasmo como jóvenes cristianos. Vosotros mismos sois una buena noticia, porque sois signos concretos de la fe de la Iglesia en Jesucristo, lo cual me hace experimentar un gozo y una gran esperanza.

No tengáis miedo a creer en la buena noticia de la misericordia de Dios, porque ésta tiene un nombre y un rostro: Jesucristo. Como mensajeros de esta importante noticia, estáis ya preparados para llevar una palabra de esperanza a toda la diócesis, a vuestras familias, ambientes y amigos. Y también a tantas personas que sufren y que necesitan de vuestras oraciones, de vuestra entrega, de vuestra amistad y solidaridad.

De esta manera, poco a poco, podréis descubrir cual debe ser vuestro papel en el proyecto de Dios. Dos interrogantes surgen en mi mente al celebrar este Encuentro con vosotros en la Eucaristía dominical, que pienso que os pueden ayudar: 

*¿Cómo puede alguien creer en Jesucristo si muy pocas personas le  han hablado directamente de su experiencia de amistad y amor con él?. Nuestro mundo está lleno de ruidos y distracciones que pueden apagar la voz de Dios. Para que otros se sientan llamados a escucharlo y a creer en él, necesitan descubrirlo en personas que sean auténticas, como sois o queréis ser vosotros. Personas que sepan escuchar. Por eso es preciso hablar con Jesucristo en la oración. Aprended a escuchar su voz, hablándole con calma desde lo más profundo de vuestro corazón. Jesús está lleno de misericordia. Compartid con él todo lo que lleváis en vuestros corazones: vuestros miedos y preocupaciones, así como vuestros sueños y esperanzas. Cultivad la vida interior, con el esmero con que se cuida un jardín o un campo sembrado. Esto lleva tiempo, requiere paciencia, saber esperar. No os canséis, Jesucristo hará germinar esa semilla y llegarán esos frutos que luego podréis compartir con los demás.

*¿Cómo puede alguien conocer y amar a Jesucristo sino hay un mensajero que se lo anuncie?. Esta es una gran tarea encomendada de manera especial a los jóvenes, a vosotros: ser «discípulos misioneros», mensajeros de la buena noticia de Jesús, sobre todo para vuestros compañeros y amigos. No tengáis miedo de plantear preguntas que hagan pensar a la gente. Y no os preocupéis si sois pocos. El Evangelio siempre crece a partir de pequeñas raíces o granos de simiente. Hablad con el ejemplo de vuestras vidas, con los sentimientos de vuestro corazón, con signos de esperanza para los que están desanimados, y con una acogedora sonrisa hacia los más débiles o que están solos.

Quiero hacer presente la actividad práctica y la reflexión vocacional que habéis realizado esta mañana, apoyados en algunos párrafos de la bellísima Exhortación Apostólica del Papa Francisco “Christus vivit”. Partiendo del símil de la vida de una planta os habéis adentrado en el significado de la vocación, como elemento querido por Dios y ofrecido por él a algunas personas, las que él ha querido, para que estén a su lado, lo conozcan y lo amen, para experimentar su amor de predilección y para ser enviados a realizar una tarea importante para el Reino de Dios. JÓVENES CON RAÍCES, es decir, jóvenes cristianos auténticos, testigos con sus vidas del amor de Dios a los hombres. Así lo expresa el Papa Francisco: “«Es imposible que alguien crezca si no tiene raíces fuertes que ayuden a estar bien sostenido y agarrado a la tierra» (179).

Para que los jóvenes echen raíces con profundidad es necesario ponerse al SOL. Y nuestro gran sol es Jesucristo y cuanto más nos ponemos bajo su luz, más crecemos, como crecen más las raíces con él. Y, ponerse al sol de Jesucristo es encontrarse con él en la Eucaristía. En ella recibimos muchos rayos de distintos colores: los rayos del perdón, los rayos de su de palabra, los rayos del Pan y el Vino consagrados y los rayos de la Bendición divina. El Pan de la Eucaristía y el Pan de su Palabra en el Evangelio, son dos buenos alimentos, imprescindibles, para que echemos raíces profundas y no nos tambaleemos aunque venga una tormenta. Seguiremos firmes, enraizados en la tierra firme.

 Es importante recibir la luz del sol: de Jesucristo, camino, verdad y vida. Con su ayuda nacen de nosotros, como de las plantas, oxígeno, frutas, flores ….; virtudes, buenas obras y palabras, entregas generosas y gratuitas, …etc. Y todo ello, como cuando un cristiano busca la luz de Jesucristo, hace posible que este mundo sea un poco mejor. 

Y termino con unas palabras dirigidas afectuosamente a vosotros los jóvenes en cuanto bautizados, miembros de la Iglesia desde vuestro bautismo y, por tanto, discípulos de Jesús y misioneros en su Iglesia y en el mundo. Quiero concretar con mis palabras el tema de la vocación y hablaros de las vocaciones o de las llamadas personales de Jesucristo y de las tareas que os quiere encomendar buscando vuestra felicidad y la ayuda al resto de los miembros de la Iglesia. Las principales vocaciones, precedidas de una llamada del Señor, son a la vida matrimonial, a la vida religiosa o consagrada, a la vida misionera y a la vida sacerdotal. 

Jesús sigue llamando, quiere hacerte feliz, llenarte de su amor divino, quiere pedir tu colaboración y encargarte una tarea evangélica a realizar para bien de muchos. No te cierres a la gracia de la llamada, a la gracia de tu vocación. Busca tu propia llamada. Está ahí. Solo tienes que encontrarla. Abre tu oído y tu corazón y la escucharás. Haz silencios en tu vida, búscalos, reza y escucha la voz de Jesucristo, el Hijo de Dios. Sentirás la fuerza del Espíritu Santo para seguirlo, para imitarlo, para hablar El, para darlo a conocer valientemente, con tus sentimientos, tu experiencia cristiana, tus obras y tu testimonio. 

Ojalá un día puedas decirle a Jesucristo con disponibilidad, confianza y convencimiento estas palabras que pronunció la joven Rut, según ha quedado escrito en su libro del Antiguo Testamento: “Iré donde tu vayas, viviré donde tu vivas, tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios” (Rut 1,16).