+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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17 de junio de 2011

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]Q[/fusion_dropcap]ueridos hermanos presbíteros, diáconos, seminaristas, familiares y amigos de Pedro. Hermanos todos. Querido Pedro:

Es para mí un día de gran alegría, como lo es para todos los que participamos en esta celebración, la ordenación de un nuevo presbítero. Si, como dice PDV “la falta de sacerdotes es ciertamente la tristeza de cada iglesia”, la respuesta vocacional es esta mañana alegría y gozo de nuestra Iglesia de Albacete: de la Iglesia diocesana, del presbiterio que se renueva con las ilusiones frescas y los brazos jóvenes de quien hoy se va a incorporar al mismo. Es día de alegría para tu familia, para la parroquia del Sagrado Corazón de Albacete y para sus sacerdotes, donde has encontrado tanta y tan buena ayuda; para la parroquia de la Roda que te ha acogido en  este último curso.

Si hay respuesta es porque antes hay llamada. Alguien nos llama con nuestro propio nombre, lo que no deja de ser, como  gustaba decir al beato Juan Pablo II “don y misterio”.

“Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre”.  La respuesta que esta mañana das al Señor, querido Pedro, antes que una decisión tuya, esconde una historia de amor que te precede desde antes de tu nacimiento. “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos  amado a Dios, sino en que Él nos amó primero”. La vida, toda vida, y singularmente la vida del presbiterio, ha de ser una permanente respuesta a quien nos amó primero, y de amor a quienes nos envía, en los que el Señor desea ser amado.

Y es una historia de amor que todavía no ha completado sus páginas. La experiencia de lo vivido se resuelve en acción de gracias, la mirada hacia el futuro se traduce en confianza, ánimo y aliento. “Yo estaré contigo”, te dice con acento de amistad el Señor. El pone sus palabras en tus labios, fortalece tu debilidad con  la fuerza de su Espíritu, El es el que te capacita para hacerle presente en medio de tus hermanos, para  actualizar sus misterios de entrega, de perdón, de luz y de esperanza. El Señor es capaz de hacer cosas grandes con lo poco que somos. Que el Espíritu Santo sea el protagonista en todas las tareas que comportara tu ministerio.

Has elegido como lectura evangélica ese relato encantador que tiene lugar entre Jesús resucitado y Pedro. Había precedido una noche de fatiga y fracaso, de redes vacías.  Con las primeras luces del alba, Jesús, que no es reconocido a primera vista en el claroscuro del amanecer, les manda echar la red a la derecha de la barca. Hicieron una redada tan grande que no podían arrastrar la barca.

El Señor siempre estará ahí, en tus horas de gloria y, sobre todo, en tus horas de cansancio y de fracaso. Te espera siempre con la mesa puesta para reponer fuerzas. No olvides que la eficacia de tu ministerio no va a depender tanto de tus fuerzas, de tus voluntarismos,  de tus genialidades, cuanto de que eches las redes en su nombre, fiado y apoyado en su palabra. Fíate de Él aunque te pida que vuelvas a echara las redes allí donde hasta entonces sólo habías cosechado fracasos. Todos los sacerdotes, que por nuestra tarea tenemos la suerte de tocar los pliegues del alma de las personas, hemos visto cómo la gracia de Dios  puede hacer que florezca el desierto.

Pero tú te has fijado en la conversación de Jesús con Pedro .Jesús le pregunta tres veces, si le ama, y si le ama más que los demás. Las tres preguntas es una manera delicada de recordarle las tres negaciones y seguramente aquella autosuficiencia y arrogancia: “aunque todos te abandonen,  yo no”.

Y a cada contestación de Pedro, Jesús le renueva el encargo: “Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas”. Es lo único que en este momento te pide el Señor, querido Pedro, para fiarse de ti y hacerte partícipe por la imposición de manos del ministerio pastoral. Basta con que le ames para que te confíe lo que más quiere: sus ovejas. Y te invita a apacentarlas como suyas, no como tuyas. No las trates con dureza, son tan débiles como tú mismo. No olvides que “apacentar el rebaño del Señor es oficio de amor”, según la conocida expresión de san Agustín.

Jesús no es el Pastor ausente. Vas a ser sacramento viviente de su presencia. Y tendrás que manifestarse la caridad pastoral, el amor del Buen Pastor que no actúa por sórdidos intereses, sino que va delante,  dispuesto a dar la vida por las ovejas.

Ahora cuando Pedro ha experimentado la debilidad y el pecado, cuando ha aprendido a confiar en el Señor más que en sus fuerzas,  es cuando está maduro para confirmar a sus hermanos en la fe. Ahora Pedro, como el sacerdote de la carta a los Hebreos, puede convertirse en anunciador de la misericordia y de la compasión; porque él mismo está envuelto en debilidades puede comprender a sus hermanos.

Celebrábamos anteayer la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote. Jesús no ofreció víctimas ajenas, como los sacerdotes del Antiguo Testamento. Se ofreció a sí mismo de una vez para siempre. Jesús fue sacerdote, víctima y altar de su propio sacrificio. Trasparencia y epifanía del amor de Cristo por sus ovejas ha de ser el presbítero. ¡Qué lejos queda eso de un ministerio entendido como un encargo de funcionario, como una tarea a tiempo parcial y sin entregarse en cuerpo y alma!. Jesucristo, cuando llama para este ministerio no nos toma como obreros temporeros, nos consagra, nos configura  con su vida  y con su muerte.

Cada día el Señor va a partir el pan mientras repite con tus labios el “Tomad, comed, esto es mi cuerpo; tomad bebed, esta es mi sangre”. El cuerpo es expresión de la persona de su vida. La sangre es expresión de su muerte. Si quieres ser coherente con lo que haces, tú también has de decir ante tus hermanos, y especialmente ante los más pobres, los que nadie toma en consideración, ni cuentan para nadie: “tomad, comed, es mi tiempo, mi vida, que se entrega por vosotros. Tomad bebed, es todo lo que me hace sangrar, lo que me mortifica, que se derrama por vosotros. Actualizarás la ofrenda de Cristo para que el pueblo de Dios, pueblo sacerdotal se vaya haciendo por Cristo, con Él y en Él, ofrenda al Padre y entrega a los hermanos.

En nuestras tierras manchegas abundaban los pastores. Era gente que no tenía domingos ni festivos, porque había que cuidar a las ovejas, aguantando fríos y nieves en inviernos y calores en verano. Hoy es oficio casi en desuso. En nuestra Iglesia de Albacete también se necesitan pastores. La tarea pastoral tampoco es fácil. Se acepta por amor, se aguanta por amor, y cuando es vivido con amor reporta alegrías que no se cambian por nada, que nada ni nadie puede arrebatar. Seguid orando para que el Señor siga dando pastores a su pueblo. Amén