+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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7 de septiembre de 2009
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]l Evangelista Mateo abre su testimonio sobre Jesús recordando su genealogía según la carne. La repetición aburrida de nombres produce cierta incomodidad, pero pone de manifiesto la pertenencia a una historia que es más grande que nosotros; una historia e misericordia por parte de Dios, como canta María en el “Magnifica”: La misericordia de Dios se extiende de generación en generación, “porque es eterna su misericordia” (Salmo 99). Una historia que, por otra parte, nos une a judíos y cristianos.
En esta historia sorprende el misterio de la elección por parte de Dios, “que levanta del polvo al desvalido y alza de la basura al pobre” (Sal.119).
Muchos de los antepasados de Jesús no fueron ejemplares, ni mucho menos. La Biblia no oculta los pecados de los antepasados de Jesús. Y sin embargo, ese río de la historia, de aguas revueltas, se convierte en una fuente de agua clara conforme nos acercamos a la plenitud de los tiempos con José María, la Madre de Jesús, en el que son rescatadas todas las generaciones.
Decía Péguy: “Uno repregunta: ¿cómo es posible que esta fuente de esperanza mane eternamente, eternamente joven, fresca, viva? Dios dice: Eso no es difícil. Si fuera agua pura con la que ella quisiera hacer fuentes puras, nunca encontraría suficiente en toda mi creación: Pero ella hace sus fuentes de agua pura justamente con aguas malas, por eso no le falta nunca. También por eso existe la Esperanza”.
La liturgia de la Iglesia celebra hoy la fiesta de la Natividad de la Sma. Virgen. Un nacimiento que, como dije en años anteriores, no sabemos ni dónde ni cuándo aconteció. Pero había que buscar un día, porque valía la pena celebrarlo. En aquel acontecimiento anónimo, perdido en alguna humilde aldea de Galilea, se escondía “un anuncio de gozo para el universo”, pues “de Ti nacerá el Sol de justicia, Cristo, nuestro Dios”, canta emocionada la liturgia. El nacimiento de Maria fue como la tenue claridad de la aurora que anunciaba la posterior aparición del sol.
Numerosos pueblos y ciudades han buscado el arrimo de esta fiesta para celebrar el patronazgo de sus vírgenes. Así sucede en Albacete, que hoy celebra a su Patrona, patrona también de la Diócesis, Nuestra Señora de los Llanos.
María, elegida para encarnar en sus entrañas al Hijo de Dios ha quedado incorporada al misterio de Cristo y al misterio de nuestra salvación. Unida a Cristo en la vida y en la muerte participa ya también en toda su plenitud humana de la gloria de Cristo. Imagen y modelo de la Iglesia peregrina, como acogedora de la Palabra es modelo acabado de lo que estamos llamados a ser. Por ella nos vino la Vida. Y en esta tierra nuestra magnífica, pero que a veces tiene rasgos de noche oscura. Ella nos enseña el camino: el camino del amor. “Sólo el amor es creíble”; sólo el amor salvará mundo.
María es amor acogido: Lo recibe todo de Dios. Acoge la Palabra que toma carne en sus entrañas y durante nueve meses tiene la experiencia de llevar a Jesús en su seno sintiéndole crecer. Su vida es un permanente canto de gratitud porque todo lo ha recibido de Dios. Consciente de ser nada proclama la grandeza de Dios, que se ha fijado en la pequeñez de su esclava. Vive guardando y meditando en su corazón todo lo que acontece en su vida, aunque, a veces, no lo entienda del todo.
María es amor correspondido. Nada hay en ella que no sea don de sí, adhesión al plan de Dios. Desde que inclinó el seno y pronunció su “fiat”, toda su vida fue un sí incondicional fueran cuales fueran los caminos a recorrer en Belén, en Egipto, en Nazaret o junto la cruz. Isabel y la comunidad en que surge el evangelio la llamaron “la que has creído”. En ella quisiéramos ser comunidad de creyentes en las alegrías y en las penas. María es amor compartido. Inmediatamente lleva la Buena Nueva que es Jesús a su prima Isabel hasta hacer saltar de alegría a la criatura que ésta lleva en su seno. En la pobreza extrema del pesebre da al mundo el tesoro más grande, lo muestra a los pastores como primicia para Israel, y a los magos como primicia para todos los pueblos. Acompaña a Jesús a una fiesta de bodas, compartiendo alegrías y esperanza, preocupándose con delicadeza y discreción solícita por una pareja de recién casados que están en un aprieto. Invita a escuchar a Jesús y a confiar en que él ayudará cuando llegue el momento. Y en la cruz acoge como hijos suyos a todos lo hombres. María nos impulsa a hacernos cercanos de toda la humanidad en sus necesidades fundamentales, no sólo mediante el buen ejemplo, sino también mediante el compromiso social económico o político.
El futuro de la Iglesia se ilumina de esperanza cuando la invocamos en la Salve como esperanza nuestra. De María aprende la Iglesia con exactitud a vivir intensamente el misterio, a coger el amor, a vivir la comunión y a proyectarse hacia el mundo en la misión.
El progreso de nuestra civilización occidental ha dado lugar a admirables avances en el campo de la ciencia, de la organización política y social, de la cultura y el arte. Pero junto a esas luces hay que reconocer la persistencia de nuevas sombras que oprimen y humillan la dignidad de las personas: las situaciones de pobreza y exclusión, las nuevas formas de esclavitud, el terrorismo, la violencia doméstica, las guerras y las hambrunas que asolan grandes extensiones del planeta. Todas ellas evidencian la existencia de una realidad que ensombrece el horizonte humano. En esta cultura, que algunos han llamado de muerte, hay que señalar, especialmente en nuestro mundo desarrollado y rico, el aborto.
Las palabras que Isabel dirige a María cuando ambas están gestando “Bendito el fruto de tu vientre”es precisamente el lema elegido por la Comisión Episcopal de Familia y de la Vida para hacer de este año un año de oración a favor de la vida. Unas palabras que debería poder escuchar toda mujer encinta: “bendito el fruto de tu vientre” porque el fruto que portas es un don preciso de Dios para la humanidad.
Sabemos que en la sociedad hay otros altavoces más potentes, con distintos mensajes. Si el nuestro es diferente no es porque queramos ser incordiantes, sino porque creemos que como ciudadanos y como Iglesia tenemos también derecho a hacer nuestra aportación, y porque haciéndola creemos colaborar a la humanización y mejora de nuestra sociedad. Creemos que el grado de humanización y grandeza de una sociedad, de una cultura, de una civilización se mide principalmente por su capacidad de acoger y cuida a todo ser humano con independencia de sus cualidades, capacidades físicas, estadio vital de desarrollo o utilidad. Por eso, nos parece que el servicio y tutela de la vida debería constituir una de las principales tareas de quienes deben ser garantes y promotores del bien común.
En lugar de decir al ser concebido: “eres un regalo para nosotros, eres bienvenido, te esperamos con alegría y esperanza”, se encuentra con el muro del rechazo y el desamor: La sustitución de la lógica del amor, del don y la gratuidad por la lógica del poder, del dominio, el interés o el bienestar propio se encuentra siempre en la base de todas las agresiones a la dignidad humana. El amor y la vida se ilumina recíprocamente: vivir es amar y el amor engendra siempre vida.
Creemos que el derecho fundamental, que sustenta a todos los demás derechos, es precisamente el derecho a la vida. La cultura del puro bienestar, del individualismo, del pasarlo bien a costa de lo que sea, acaba estableciendo el egoísmo como norma de vida. Entonces ya no hay lugar para aquellas relaciones que nacen exclusivamente del amor. Casi no queda sitio para la familia fundada en el amor, ni para coger los hijos, que comportan desvelos y renuncias. Encaja mejor el vértigo del alcohol, la droga o el sexo salvaje sin amor, sin responsabilidad, sin comunión.
“La sociedad cada día más globalizada nos hace más próximos, pero no más hermanos”. Como han puesto de relieve eminentes analistas, en la raíz de la crisis económica mundial, que golpea a tantas personas, también encontraríamos la sustitución de la lógica del amor por la exclusiva lógica del interés y la ganancia rápida.
Vincular la actividad económica con el amor, como hace el Papa en su última encíclica “Caritas in veritate” resulta más bien insólito. Que en plena crisis económica mundial se nos proponga que la solución está en combinar adecuadamente amor y verdad no es precisamente un lugar común. Seguramente todos hemos pensado que lo primero era alcanzar la justicia, y que el amor vendría después como un complemento; que la economía debería regirse exclusivamente por la búsqueda del beneficio y que el amor entraría en juego a la hora de destinar algunas de las ganancias, más bien algunas migajas, a socorrer a los necesitados, pero a lo mejor es necesario decir que “sin el amor no se alcanza ni siquiera la justicia”.
“Toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral”. A lo mejor es verdad que “hay que armarse de amor para hacer una economía fructífera; que no debe existir la inteligencia y después el amor, sino que debe existir un amor lleno de inteligencia y una inteligencia animada por el amor”. A lo mejor es verdad que “el amor generoso y gratuito (eso significa “caritas”) es la principal fuerza propulsora para el verdadero desarrollo de cada persona y de toda la humanidad. El pensamiento de Benedicto XVI puede sonar a utópico, pero reconózcanme al menos que no suena a rutinario.
La Feria de Albacete se abría ayer tarde con una cabalgata que cerraba la imagen de la Virgen de los Llanos, porque a la sombra del Virgen nació la Feria.
Que Ella conceda a todos los albaceteños una feliz y fructuosa fiesta. Que María, modelo de amor acogido, de amor entregado y del amor compartido, a la que veneramos en su imagen, en Albacete, con el nombre de Nuestra Señora de los Llanos, nos conceda que en nuestra sociedad sea real la civilización del amor y de la vida. Acojamos ahora, en la Eucaristía, al Cristo entregado para darnos vida, porque vino “para que los hombres tuviéramos vida y vida en plenitud”. Acojamos su lógica, la de la Eucaristía, que es la lógica del amor, la gratuidad, la entrega y el don, para que tengamos vida. Amen.