+ Mons. D. Ángel Fernández Collado
|
11 de febrero de 2021
|
88
Visitas: 88
[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]U[/fusion_dropcap]n saludo cordial a todos. La nueva Presidenta Manos Unidas, el equipo de dirección y sus muchos voluntarios nos convocan como otros años a celebrar una Misa para recibir la fuerza de Dios en esta nueva Campaña y a realizar un Ayuno voluntario, para pedir la ayuda del Señor de manera que se muevan los corazones de muchas personas para que con su ayuda y donativos podamos ayudar a paliar el hambre en nuestro mundo y poner en marcha diferentes proyectos solidarios, como un cauce de sensibilidad cristiana, de fraternidad y de soluciones efectivas ante sus necesidades concretas, a la vez que como cercanía a los más necesitados.
Para todos nosotros es muy conocida, querida y valorada esta ONG internacional de la Iglesia en España para la Cooperación al Desarrollo, integrada por voluntarios de cualquier edad, con el objetivo de erradicar el hambre y la pobreza en el Mundo. Su forma ordinaria de hacerlo realidad es financiando “proyectos solidarios” que presentan desde sus lugares de origen como instrumentos concretos para su propio desarrollo.
Intentando ser coherentes en la defensa de los Derechos Humanos, éstos se concretizan en el Bien Común, que redunda en provecho de todos, especialmente de los más desfavorecidos de la sociedad. Es un esfuerzo colectivo por construir, cada cual, según sus circunstancias, un entorno humano digno, que permita a un gran número de personas, sin exclusión, disfrutar de sus derechos como personas y ciudadanos de este Mundo.
La solidaridad es un requisito indispensable para el Bien Común. Es el valor del compromiso con los demás, que tiene su base en la interdependencia entre personas, pueblos o naciones, y consiste en un compartir para que el otro, hombre o mujer, niños jóvenes o adultos, puedan disfrutar de las condiciones indispensables para una a vida digna. La pandemia de la Covid-19 que estamos padeciendo y afrontando, ha agravado, más aún de cómo estaban, la situación de millones de personas sin trabajo, sin recursos sanitarios, sin agua, comida, vivienda, trabajo,… etc.
La crisis sanitaria no debe hacernos perder la perspectiva, pues es necesario tener presente, entre otras, estas necesidades: la alimentación (poder comer); la salud (cuidarse y curarse); el agua y saneamiento (higiene) o la vivienda (vivienda familiar y posible confinamiento). Manos Unidas, al promover cada año esta Campaña, no se olvida de invitarnos a la oración y al ayuno voluntario, pues son uno de los secretos de su eficacia. El ayuno voluntario nos hace solidarios con el pobre; la oración, si es verdadera, nos cambia el corazón. Seamos generosos y fomentemos esta generosidad hacia los hermanos más necesitados.
Jesús está nuevamente en camino, como un pastor que busca su oveja perdida. Todo lo que quiere es sanar, salvar y llenar nuestros corazones de amor. Todos necesitamos ser sanados. A menudo nos hacemos los sordos ante sus llamadas. No nos interesa oír. No queremos oír ciertas llamadas que nos comprometen. Cuando fuimos bautizados nuestros oídos y lengua fueron bendecidos, de manera que pudieran escuchar la voz de Dios y alabarlo. Demos gracias a Dios por este importante regalo que recibimos.
Observamos el cuidado que tiene Jesús con aquellos que sufren de diversas enfermedades y discapacidades humanas. El hecho de que alguien se interese por ellos y, especialmente, que sea capaz de sanarlos, es en verdad un regalo de Dios. En el mundo en el que estamos viviendo hay un gran número de personas que necesitan cuidados y ayudas, pero parece que nadie quiere comprometerse a ayudarles. Sin embargo, hoy también, existen un gran número de personas e Instituciones, como Manos Unidas, que se vuelcan con sus proyectos para ayudarles a sanar de sus carencias humanas y a proporcionarles medios para poder vivir con dignidad. Como cristianos e hijos de Dios, miembros de la familia de Dios, que es la Iglesia, debemos sentirnos llamados a cuidar de los demás y a ayudarles en sus necesidades. Son nuestro prójimo, son nuestros hermanos.
Realizado el milagro, las gentes que lo presenciaron vieron en esta acción de Jesús el cumplimiento de las expectativas judías de que el Mesías haría oír a los sordos y hablar a los mudos. Jesús les indica que guarden silencio sobre el hecho y su identidad. No quiere que interpreten mal sus obras. No es un Mesías político. Jesús no ve sus poderes sanadores como prueba de su divinidad, sino más bien como signos de que la misericordia de Dios y su bondad están cerca de nosotros. Él sana porque su corazón se enternece y está lleno de misericordia.
Jesús demuestra una gran sensibilidad en su encuentro con el hombre sordo. Las personas sordas dicen que ellos a menudo se sienten separadas de los demás, y que están forzadas a vivir encerradas en un mundo propio. Jesús le abre el mundo al sordo. Nosotros podemos también ser sordos, o hacernos los sordos a las cosas de Dios. Podemos oír la Palabra de Dios, pero no ponerla en práctica; podemos recibir la Eucaristía, pero no ser alimentados por ella. Por ello, aprovechemos la presencia de Jesús para pedirle que toque los oídos de nuestros corazones, y que libere nuestra lengua, de modo que nosotros podamos oír sus palabras que dan vida, y así podamos hablar claramente de cómo Dios está presente en nuestra vida y camina siempre a nuestro lado.
Pedimos al Señor que desbloquee nuestros oídos para que podamos oír sus palabras; que abra la puerta de nuestros corazones de modo que podamos crecer en sensibilidad acerca del sufrimiento de tantas personas de nuestro mundo; y que libere nuestra lengua de modo que podamos hablar con gratitud a unos y otros de su generosidad y amor.