+ Mons. D. Ángel Fernández Collado

|

5 de marzo de 2019

|

73

Visitas: 73

[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]H[/fusion_dropcap]oy es miércoles de ceniza y comenzamos la Cuaresma con este signo externo que nos habla de conversión, de llegar a ser nada, polvo, de cambio de rumbo en nuestra vida. Si nos detenemos a mirar nuestras personas, podemos descubrir que también en nuestras vidas puede haber “cenizas”, no tanto físicas, cuanto interiores, restos de algo que nos ha “quemado” por dentro. Encontramos personas desanimadas y desesperadas en nuestro entorno, personas a las que las circunstancias adversas las han dejado “reducidas a cenizas”. La ceniza, hoy, nos recuerda nuestro pecado, nuestra insolidaridad, nuestro egoísmo e individualismo. Necesitamos la conversión, necesitamos cambiar, no volver a cometer los mismos errores. Necesitamos “renacer de nuestras propias cenizas” y llenarnos de la gracia de Dios.

Esa es precisamente la llamada que Dios nos hace en este tiempo de Cuaresma. Un tiempo que se repite todos los años como signo de purificación, de limpieza, de recuperación. Un tiempo en el que Dios nos ofrece salidas para sacar nuestras vidas de las “cenizas”. Sólo Él puede hacerlo, sólo si confiamos en Él, sólo si estamos dispuestos a hacer ese esfuerzo de conversión que nos pide este tiempo, y la misma vida que estamos viviendo.

Hoy al recibir la ceniza nos van a decir: “conviértete y cree en el Evangelio”. Conviértete al amor y cree en esa doctrina de amor que Jesús nos enseñó y el Padre refrenda. En consecuencia, y con la ayuda de Dios, vamos a situarnos en un camino de conversión, de cambios en algunos aspectos de nuestra vida. Vamos a encauzar nuestras vidas por el camino de la austeridad. Vamos a recortar nuestro tiempo para tener más tiempo para los demás. Vamos a dar y darnos: dar cariño, alegría, oídos, compasión, compañía, ayuda económica al que la necesite. Esta es la expresión de nuestro ayuno, que según Isaías, quiere Dios de nosotros. Y así nuestra Cuaresma será feliz, porque es más feliz el que da que el que recibe.

La Palabra de Dios, que siempre es guía para nuestro caminar creyente, nos dice que la conversión es algo que nace del corazón y que perdemos el tiempo si nos quedamos en gestos y cosas externas que no arrancan de nuestro interior, del corazón. “Rasgad los corazones, no las vestiduras”, dice el profeta Joel en la primera lectura. Por mucho que hagamos en este tiempo de Cuaresma, si no cambiamos interiormente, si no limpiamos las “cenizas” interiores de nuestra vida, no servirá para nada.

No echemos en “saco roto” nada de esto, nos dice San Pablo. Tenemos una gran oportunidad para cambiar nuestros corazones y apostar por el amor y la fraternidad. La ceniza de este día se verá limpiada con el agua bautismal en la Vigilia Pascual. Con la Cuaresma reiniciamos el camino de conversión cristiana.

El Evangelio nos habla de ayuno, de oración y de limosna como expresiones de un proceso de cambio, de conversión. Según nos indica Jesús, para llegar a hacer nuestro el espíritu cuaresmal, nuestras vidas tienen que quedar marcadas por estas palabras, expresadas en acciones: conversión, arrepentimiento y humildad.  

Y es el mismo Jesús quién nos indica en el Evangelio (Mt. 6, 1-6.16-18) los medios especiales para ser humildes, para arrepentirnos y para convertirnos. Estos son la oración, la penitencia y el ayuno, y la limosna. Por ello, durante estos cuarenta días que nos preparan para la Semana Santa, intensifiquemos nuestra oración, en tiempo y profundidad. Intensifiquemos el ayuno personal, prescindiendo de algunas cosas y limitando el disfrute de otras. Practiquemos la limosna. Cuando ésta se realiza con recta intención, es decir, con el sincero deseo de agradar a Dios y de ayudar a los demás, es fuente de muchas gracias. “Todo aquél que os dé un vaso de agua, por ser vosotros discípulos de Cristo, os digo -dice el Señor-, que no quedará sin recompensa” (Mc. 9, 41). Y todo ello, realizado siempre con humildad, como expresamente nos pide Jesús en el Evangelio. La oración, la penitencia y las obras de caridad son los medios para regresar a Dios, para acercarnos más a Él y, eficazmente, a los demás. Este es el objetivo del rito de la Imposición de la Ceniza, este es el objetivo de la Cuaresma que hoy iniciamos: regresar a Dios, acercarnos más a él y parecernos más a él y, desde El, a los demás.