+ Mons. D. Ángel Fernández Collado

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16 de septiembre de 2019

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]U[/fusion_dropcap]n saludo cordial a todos, queridos hermanos y hermanas, sacerdotes y diáconos, miembros de la vida consagrada, presidente y miembros de la Real Hermandad de Nuestra Señora de los Llanos, Sr. Alcalde y Corporación Municipal, autoridades civiles y militares, cristianos de la diócesis de Albacete, devotos de la Santísima Virgen de Los Llanos que habéis acudido a este lugar para venerar a la Madre de Dios y nuestra Madre, en su advocación de la Virgen de Los Llanos. Es vuestra joya más preciada, vuestro tesoro más valorado, vuestra ayuda y protección más deseada. Y, en ella, tenéis un puente seguro y luminoso para encontrar a Dios, para llenaros de su misericordia y amor y para, desde El, amar, servir y ayudar a los demás, sintiéndoos hijos de María la sierva de Dios y miembros e hijos de la Iglesia.

Nos acercamos en esta mañana a la Santísima Virgen María, a Ntra. Sra. de Los Llanos, recordando que ella es, ante todo, madre y modelo; madre de Dios y madre nuestra; y modelo de discípula, de cristiana, que sigue fielmente a Jesús y le imita. Desde muy niños, muchos de nosotros, aprendimos a conocer la bella imagen de la Virgen de Los Llanos a rezarla. Y muy pronto descubrimos que María es para nosotros un don de Dios, un regalo maravilloso que Dios nos hizo.Regalo primero para el mismo Dios que no podía encontrar una madre mejor para su Hijo Jesús que María: sencilla, humilde, buena, entregada, llena de gracia y dispuesta a cumplir fielmente la voluntad del Señor. Y un regalo también para nosotros, pues la misma Madre de Dios es, a la vez, nuestra madre: sin mancha de pecado, humilde, generosa, fiel, llena de santidad, de fe, de esperanza, de amor. Por ello damos gracias a Dios constantemente, por haber elegido a María como su madre y porque nos la ha dado también a nosotros como madre nuestra junto a la Cruz del Señor.

Al contemplar a María en su advocación de la Virgen de Los llanos, se nos esponja el corazón al ver cómo Dios tiene con nosotros detalles de amor que nos dejan desconcertados, pero alegres. Y uno de estos detalles es la Virgen María. María, en el proyecto amoroso y redentor de Dios, aporta la ternura, la ilusión, la limpieza de la fe, la entrega de la caridad, la esperanza de nuestra espera, la dulzura de una buena madre. Dios ha querido fijarse en una mujer para hacerse presente en el mundo de una forma natural, a la vez que sorprendente e inesperada. Dios se hace hombre y toma un cuerpo humano. A través de María Dios se hace cercano a los hombres. En María nos encontramos con Dios, y en ella, junto a ella, encontramos siempre a su Hijo, a Jesucristo. Y, si acudimos a ella, y pedimos su ayuda, ella nos pondrá inmediatamente en relación con Jesucristo.

Nuestra mayor alegría al celebrar esta Fiesta, es caer en la cuenta, una vez más, que María es la Madre de Dios y nuestra Madre. Y junto a Dios en el cielo, María todo lo puede. Así lo expresó la Iglesia públicamente en cuanto pudo hacerlo en el Concilio de Éfeso (a. 431), donde solemnemente los Padres Conciliares proclamaron a María como Madre de Dios. La “Theotocos”, la que dio a luz a Dios”. ¡Cómo vibraban gozosos por su fe aquellos cristianos del siglo V. ¡Cómo debemos vibrar nosotros al conocer por la fe que María es la Madre de Dios y nuestra madre! Recordamos hoy este don y este privilegio de María como Madre de Dios, concedido por Dios-Padre, porque todas las gracias, virtudes y perfecciones que adornan y embellecen a la Virgen María, son para nosotros, como hijos suyos, motivo de inmensa alegría y, a la vez, de seguridad y confianza para pedir en todo momento su ayuda y protección.  Hemos de agradecer mucho a Dios que nos haya querido dar una Madre a quien acudir en el caminar de nuestra vida cristiana, en nuestro camino hacia la perfección, la santidad, y en los sufrimientos, dificultades y cruces que aparecen inesperadamente en nuestras vidas. Y que esta haya sido su propia Madre. 

Junto a la alegría de saber que María es la Madre de Dios y nuestra madre, encontramos que ella es el mejor modelo de cristiana a imitar, porque ella fue la mejor y más fiel discípula de Jesucristo y porque Dios la llenó de gracias especiales que nosotros, ayudados por ella, queremos también alcanzar y practicar.

1.- María es modelo de respuesta a Dios

Su respuesta a Dios Padre, que por medio del arcángel san Gabriel le indica que ha sido elegida para ser la Madre del Hijo de Dios, fue confiada y generosa: “He aquí la sierva del Señor”, “Hágase en mí según tu palabra”. El Sí de María hace posible el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Este sí da sentido pleno a cada instante de su vida, a cada oración de la Madre del Señor. Toda la vida de María, incluso antes de su encuentro con el Ángel, estaba ya iluminada por la luz de su Si. En su concepción fue preservada ya del pecado original.

2.- María es modelo de disponibilidad, de entrega a Dios

Al decir SI, María renuncia a su propio ser y se pone totalmente en las manos misericordiosas de Dios. Renuncia a modelar su vida según su criterio y se entrega con total disponibilidad en las manos de Dios. Somete a Dios su persona y voluntad y deja que sea solo Dios el que actúe en ella y a través de ella. Toda renuncia vivida en el amor es fecunda porque deja sitio para la acción de Dios y así éste puede mostrar a la persona que se pone generosamente en sus manos lo que puede ser capaz de hacer cuando Dios está con ella.

María, no solamente quiere lo que Dios quiere, sino que le confía su sí para que Él lo de forma y lo transforme en plenitud de amor. Sabe que su papel es el de la “sierva”humilde de Dios que acepta libremente siempre lo que Él quiera, pues será siempre lo mejor.

3.- María es modelo de creyente, de cristiana.

María concibe a Jesús antes por la fe que en su seno virginal. “Hágase en mi según tu voluntad”. La entrega total de María a Dios y la proximidad de Dios en su vida hace que viva en perfección y plenitud la vida cristiana. Se fía de Dios y actúa según su deseo. Vive inmersa en Dios y entregada a servir a los demás.  

De este modo María se convierte en cristiana. Hasta entonces, creía en Dios como las mujeres piadosas de su pueblo y esperaba, también como ellas, la venida del Mesías prometido. Pero en modo alguno sospechaba que el Mesías podría serle regalado como perfecto cumplimiento de su fe. Su fe esperanzada es ya perfecta, pero al recibir al Hijo como un sacramento, se convierte en la primera creyente cristiana, la portadora por excelencia de la fe cristiana.

Dichosa tú que has creído” le dirá su prima Isabel. Su entrega a la voluntad de Dios, su concepción inmaculada y su ser portadora del Hijo, es esencialmente fe, fruto de su fe. 

4.- María es modelo de fecundidad

María se convierte en Madre por su sí, al permitir que la palabra pronunciada por el ángel se haga vida en ella por el Espíritu Santo. El amor siempre es fecundo y cuando este amor es total a Dios la fecundidad la hace ser Madre del mismo Dios. Dios ha podido disponer de ella. Y el Padre permite que su propio fruto, el Hijo, crezca a partir de la fecundidad del sí de María.

El Hijo, Jesucristo, la hace partícipe de todo lo que hace y padece, y de este modo abre el misterio de la maternidad al misterio universal de la redención. El Hijo, al elegirla, ha redimido a la Madre y, al recibir de ella la vida, le da su propia vida, vida que él ha recibido para la salvación del mundo. Así María es introducida en la obra de la salvación y actúa como corredentora con Cristo.

La fecundidad de María no se agota con el nacimiento del Hijo, sino que gracias a él adquiere precisamente la capacidad de dar a luz a todo cristiano, que es un miembro de Cristo. La maternidad corporal le confiere una maternidad espiritual ilimitada. Cuando un hombre se acerca a su Hijo, cuando alguien busca seriamente la fe, ella le allana el camino, quizá de una forma imperceptible, pero ciertamente eficaz. 

Mantengamos el amor, la confianza y la devoción a nuestra madre del cielo, a María. Y que ella nos siga cuidando, ayudando y bendiciendo de manera que logremos alcanzar la santidad y seamos buenos cristianos, dignos hijos de María y seguidores e imitadores de su hijo Jesucristo, nuestro Dios y Señor.