Manuel de Diego Martín
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15 de marzo de 2014
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Celebramos este domingo el “Día del Seminario”. Esta es una jornada para orar por las vocaciones al ministerio sacerdotal, también para sensibilizar a las familias y comunidades cristianas en la promoción de nuevas vocaciones y animar a todos a colaborar económicamente en la formación de nuestros seminaristas.
Este año la animación del día lleva un hermoso lema: “La alegría de anunciar el Evangelio”. Y es que el sacerdote toma como tarea primordial y determinante en su vida la de anunciar el Evangelio. Nos recuerda la Sagrada Escritura aquello de que dichosos los pies de los que anuncian por los montes la buena noticia del Señor.
Pero es que los sacerdotes además de anunciar el Evangelio tienen la sublime misión de comunicar a las gentes la misma vida de Jesús a través de la celebración de los santos Sacramentos. Ellos, en nombre de Jesús, perdonan los pecados, ellos celebran la Sagrada Eucaristía. Todas estas tareas son fuente de una inmensa alegría. No podré olvidar la experiencia que tuve en la JMJ de Madrid en la que me pasé muchas horas allá en el Retiro confesando a gentes. Al ver la paz, la alegría que a través de este Sacramento se llevaban muchos penitentes, que habían vivido años y años bajo la losa de la amargura, yo me decía para mis adentros, sólo por vivir esta experiencia liberadora que nos ofrece Jesús merece la pena ser sacerdote.
Recordaba el Papa en el mensaje de Cuaresma aquello que recogía del escritor francés León Bloy que decía que la única tristeza era la de no ser santos, y él añadía, que la única y verdadera miseria es la de no vivir como hijos de Dios y hermanos de todos en Jesucristo. Pues bien, los sacerdotes están llamados a liberar al mundo de esta gran miseria.
Y nuestro Obispo, Ciriaco en su Carta Pastoral para este día nos recordaba que en nuestro mundo hay mucha hambre de pan, pero también mucha hambre de justicia, de ternura, de amor, de alegría, en suma hambre de Dios. Necesitamos sacerdotes que como panaderos de Dios repartan el “pan del Evangelio” el “pan de la Eucaristía”, el “pan de la Misericordia y Reconciliación” el “pan de la Fraternidad y de la Solidaridad”. Y nos hacía ver entre líneas lo que sufren muchos de nuestros pueblos por falta de sacerdotes.
Así pues hoy y todos los días pedimos por nuestros seminaristas para que lleguen a ser sacerdotes santos. Y pedimos también para que entre nuestros jóvenes y niños surjan vocaciones que se digan a sí mismos “yo quiero ofrecer mi vida a Jesús para llevar adelante como sacerdote su misión salvadora en el mundo”.