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26 de septiembre de 2009

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Si el domingo pasado el Señor nos invitaba a ser los primeros en servir, hoy a una con el Evangelio, intuimos dos indicaciones en nuestro caminar como cristianos. Primero, reconocer el bien (venga de donde venga y lo haga quien lo haga) y en segundo lugar, huir de aquello que pueda herir sensibilidades.

La primera lectura y el evangelio nos hablan de la misma cuestión: las divisiones, los celos y las envidias que hay entre las personas.

La primera lectura, del libro de los Números, cuenta cómo el pueblo de Israel siente nostalgia de su vida pasada en Egipto y, en consecuencia, estaban continuamente quejándose. Por otra parte, Moisés se siente agobiado por tanta responsabilidad y por la cantidad de trabajo que se le amontonaba y está a punto de “presentar la dimisión”. Y el texto de hoy habla de la institución de setenta ancianos colaboradores de Moisés, sobre los que reposa el espíritu de Moisés y que le ayudarían en el trabajo.

Y nos cuenta el caso de dos personas, que empiezan a profetizar, sin ser de ese grupo. Y esto le molesta a Josué. Algo parecido narra el evangelio.

No son hechos pasados de moda. También ahora nos pasa lo mismo. Sentimos celos cuando vemos que otras personas hacen el bien o que les salen las cosas bien, sobre todo si no son “de los nuestros” o nos pueden hacer sombra con sus méritos. Y es que nos cuesta colaborar con los demás.

Josué y Juan eran buenas personas, pero tuvieron la tentación del monopolio y de los celos, en contraste con la visión universal de Moisés y de Jesús.

Moisés y Jesús saben descubrir y valorar el hecho de que Dios da su Espíritu a quien quiere, y todo aquel que hace algo bueno, sea quien sea, de nuestro grupo, de nuestro partido o de otro distinto, aunque sea algo pequeño que esté en línea con el Evangelio, es motivo suficiente para alegrarnos, reconocerlo, valorarlo y dar gracias a Dios.

También es verdad que todos nosotros hacemos cosas buenos, ¡y nos tenemos que alegrar! Sin perder de vista que lo que somos y tenemos es para bien no sólo nuestro, sino de la comunidad, de todos los demás.

Un poco de esto trata la segunda lectura, aunque referida a las riquezas materiales. Llega a decir “los ricos se ceban a costa de la miseria de los pobres”, y los gritos de sufrimiento, de dolor, de pobreza y de vacío que experimentan, llegan hasta los oídos del Señor, en contra de aquellos que- con su conducta- son la causa de la pobreza o el sufrimiento de los demás.

Y es que Dios está cerca y es compasivo. Tiene entrañas de padre y de madre. Se conmueve ante la injusticia y los sufrimientos de las personas, en especial de los pobres.

En este mundo dividido y confundido, los cristianos tenemos un mensaje y una tarea: trabajar y esforzarnos por conseguir la unidad, el entendimiento entre las personas. Para que las personas sepamos estar unas junto a otras, como hermanos; un esfuerzo por superar todo lo que divide y enfrenta a unas personas y pueblos, de otros. Un esfuerzo para trabajar contra todo tipo de injusticia y de marginación.

Nos reunimos en la Eucaristía, y la palabra de Dios y el pan de vida nos hace recobrar el aliento y nos posibilita volver a nuestra tarea en el mundo, con todos los hombres de buena voluntad.

JOSÉ LUIS MIRANDA ALONSO
PÁRROCO DE LA ASUNCIÓN DE ALBACETE