Manuel de Diego Martín
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12 de enero de 2008
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El otro día me decía un feligrés con cierto humor, que con esto del encuentro de familias en Madrid y el cruce de descalificaciones entre obispos y gobernantes, los curas nos íbamos a quedar sin sueldo. Tendréis que ir luego a comer de casa en casa como el cochinillo de S. Antón ¡ojo que os estáis jugando el cocido! me advertía.
Le contesté que no hay nada que temer pues la cosa no llegará a tanto. Además los curas nos arreglamos con poco. Estos días estoy viendo en los contenedores montón de comida, pues si es necesario no será difícil encontrar un plato o pedir como los antiguos frailes mendicantes. Lo importante es conservar la libertad ante el poder. Y le recordé aquello del sabio Diógenes que vivía en un tonel. Un día, interesado por su fama, se acercó el rey a visitarle y a decirle que si necesitaba algo de él. El filósofo no tuvo otra ocurrencia que rogarle que no le quitase el sol que entraba tan hermoso en su aposento.
Así pues lo importante es que nadie nos quite el sol para tener la libertad de pensamiento, para buscar la verdad, tener ideas claras y poderlas expresar libremente.
El Sr. Blanco le pide al Papa que le aclare qué entiende por familia tradicional, no sea que siga anclado en unos conceptos trasnochados y machistas. Mire, señor, el Papa tiene ideas muy claras de lo que es la familia tradicional. Hace más de cuarenta años, cuando yo era estudiante de teología en Comillas, un profesor venido de Munich, nos comentaba en aquel entonces que sin duda alguna el mejor teólogo del momento en toda Europa era un joven profesor, llamado José Ratzinger. Hoy se llama Benedicto XVI.
El Papa buceador en lo profundo del pensamiento filosófico de todos los tiempos, el papa experto en ciencias sagradas, sabe muy bien lo que es la familia tradicional, y cuáles son sus fundamentos esenciales desde la racionalidad. Y este mismo Papa en el mensaje del Día de la Paz, ha reiterado que cuando los fundamentos de esta familia quedan socavados, cuando los conceptos quedan oscurecidos, cuando las exigencias naturales que esta familia conlleva, quedan alterados, cuando la familia queda vaciada de sus esencias, y ya no sabemos qué entendemos por familia, ésta queda debilitada y frágil. Con una familia así la paz social se hace poco menos que imposible. Estas ideas las ha vuelto a repetir en el encuentro con los Embajadores acreditados en la Santa Sede. Lo ha dicho delante de nuestro embajador que tan preocupado estaba por lo que nuestros obispos dijeron en Madrid. Vázquez dijo que en Roma están que trinan con las palabras que en Madrid se pronunciaron y mira por dónde el Papa vuelve a repetir las mismas palabras.
En tiempos se decía aquello de “Roma locuta, causa finita”. Esto quiere decir, que cuando entre cristianos había una cuestión debatida, encontraban una luz a seguir que venía desde el magisterio de Roma, desde la autoridad docente del Papa. Ahora ocurre todo lo contrario. Basta que el Papa diga una cosa, basta que lo digan los obispos, el lío ya está armado. Lo malo es que lo armen precisamente algunos que se llaman a sí mismos cristianos, pero, eso sí, como ellos dicen, de buenos cristianos, no de esos integristas y sectarios que siguen la voz del papa y los obispos. ¡Dios mío, qué cosas hay que oír!