Manuel de Diego Martín

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18 de septiembre de 2010

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Cuando te encuentras en ambientes hostiles a la Iglesia católica no se pasa bien. Si además eres cura y conocen que lo eres, y empiezan a sacar trapos sucios de los curas y de la Iglesia, ¿qué más quieres? ¡Trágame tierra!

Pues bien, la semana pasada tuvimos una convivencia sacerdotal para preparar el nuevo curso pastoral. Dos días de charlas en que el ponente nos hizo reflexionar sobre los verdaderos fundamentos de la moral cristiana. A esto se añadió la puesta en común de las diversas programaciones y proyectos diocesanos para este año. El tercer día tuvo lugar el retiro que nos predicó el Sr. Obispo para engrasar motores y comenzar el curso con ilusión y esperanza. Terminábamos la mañana con la Misa de Acción de gracias en la que recordábamos los cincuenta años de sacerdotes de cuatro compañeros y los veinticinco de uno de ellos. A continuación una fraternal comida en la que el Sr. Obispo entregó a los homenajeados unas placas de recuerdo de sus bodas sacerdotales.

Un momento emotivo y profundo en la mañana fue aquel en el que, los que celebraban sus bodas, hablaron a corazón abierto de lo que había sido su vida, lo que habían sido sus cincuenta años al servicio del evangelio. Si en el testimonio de cada uno se habló de pecado, lo que quedó muy claro es que en su vida lo que sobreabundó ante todo fue la gracia, la gracia de Dios. Ellos no nos dijeron como Rafa Nadal ante su último triunfo, que daba gracias a la vida que le había dado estas grades posibilidades deportivas. Su gritó fue “gracias a Dios”, “gracias a la Virgen María” “gracias a tantos hermanos que tanto les han ayudado en este caminar”.

Ellos relataron lo que fue su llamada vocacional, sus años de seminario. Sus luchas, sus crisis, sus fríos y sabañones, carencias en aquellos duros tiempos de postguerra. Y luego su peregrinar por los pueblos, algunos de ellos por la ancha Sierra, pueblos sin luz ni agua corriente, a caballo, en burra, en guzi, y los entrañables recuerdos que conservan de las parroquias y de las gentes por donde pasaron. De esos viajes en que los curas acompañaban a sus feligreses en los tajos de trabajo temporero como cortar pinos por Andorra, o en la vendimia de Francia. Uno nos decía, como sobrecogido por el misterio: “estas pobres manos han hecho que el Señor bajase al altar más de cuarenta mil veces”. ¡Cuánto bien han hecho, y están haciendo, estos sacerdotes entre las gentes de nuestros pueblos de Albacete!

Así pues cuando a veces se quiere oscurecer una realidad tan hermosa como la que hizo la Iglesia en ciertos momentos históricos, al escuchar estos relatos, ves resplandecer la verdad, la Verdad con mayúscula que nunca se deja manipular. Allí hablaban unos hombres desde el Espíritu de Dios para contarnos lo que habían sido esos cincuenta años de entrega total a Dios y a sus hermanos.

Emilio Aviles, en la actualidad, párroco del Bonillo, Cándido Córcoles párroco de la Paz en Albacete, Ángel López Vergara párroco de Ayna, y Juan Miguel Romero párroco de Santa María de Villarrobledo, gracias por vuestros cincuenta años de curas. Y gracias también a ti Pascual Guerrero, párroco del Salobral, aún lleno de juventud por tus veinticinco años. Gracias a todos vosotros, y gracias sobre todo al Señor porque es eterna su misericordia.