José Luis Cañavate Martínez, CM

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9 de septiembre de 2023

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“En la vidanada es gratisTodo se pagaSólo hay una cosa gratis: el amor de Jesús”. Estas sabias palabras del Papa Francisco en la Vigilia de Oración del pasado 5 de agosto en la Jornada Mundial de la Juventud de Lisboa se pueden constatar en la propia experiencia vital. Todo tiene un precio en la vida ¿Quién no se cansa? ¿Quién no se desanima? ¿Quién no se desesperanza? ¿Quién no se enfada? Toda persona, en algún momento, u otro, siente el desaliento del camino de la vida. En esos momentos es importante parar, descansar, recapitular, tomar aliento…pues, el amor meramente humano se termina desgastando. 

Tengo la dicha de gozar de buenos amigos, de personas vitamina, de personas luminosas. Algunos de ellos dicen no tener la experiencia de la fe en Jesús, pero actúan desde el mismo espíritu de misericordia, humanismo, acogida, respeto y paz. Ellos también se cansan, como yo. 

Ante ese cansancio el mensaje amoroso de Dios puede desfigurarse. Por eso, el apóstol Pablo explica que hay que centrarse en “el amor (que) no hace mal (al) prójimo; por eso la plenitud de la ley es el amor (Rom. 13,10)”. Del mismo modo, en la I Carta a los Corintios (13,4-8) habla de las características del puro Amor de Dios: paciente, bondadoso, amable, entregado, sin envidia, sin codicia, sin arrogancia, todo lo aguanta, todo lo espera, todo lo soporta… En definitiva: el amor de Dios no tiene fin. 

Por otro lado, si no se descansa, ese amor simplemente humano comienza a desvirtuarse. El puro Amor de Dios se va convirtiendo, por ejemplo: en legislaciones que pueden llegar a separar del encuentro con Dios; se transforma en signos y palabras abusivas en contra de los demás o se fabrica en una búsqueda del propio interés carrerista. Y, por desgracia, no se tiene nada más que realizar una pequeña mirada alrededor para percatarse de esa tergiversación del amor: relaciones tóxicas, abusos, guerras, desuniones, venganzas, recelos, rencores… porque el amor llanamente humano se cansa. 

Mi gente buena, incluso aquellos que dicen no tener fe en Jesucristo, busca no desvirtuar el amor. Y ante ese cansancio, recurren; como yo; a la ayuda de alguien de confianza que les ayude, con su escucha, a asentar el espíritu agitado y volver a mirar a la vida de frente y sin miedo. En ellos, particularmente en los que dicen no tener fe, es donde yo veo más fuerte la mano amorosa (y gratuita) de Dios que actúa como quiere y nos enseña a no encorsetarlo en unas meras normas, si no a ir más allá: a encontrarlo, esta vez, en cada acto de amor y respeto que acaricia el corazón y da un respiro al alma. 

Sin duda, se sea o no creyente, Dios está presente en los que nos escuchan sin juzgarnos y nos abrazan para llenar nuestros días grises de colores: la hermosura de la comunidad, en donde uno se recarga del puro e inagotable Amor de Dios. 

Y desde esa alegría agradecida podemos tener como melodía de fondo la canción del Arrebato: “Qué guapa es la gente luminosa, la que baila porque sí, la que sonríe a todas horas. Con la que respiras lento, la que te regala tiempo y si un día no lo tiene lo fabrica para ti”. Te invito a ponerla en tu plataforma de música favorita, cantarla y compartirla con esa, la que es tu gente luminosa que ilumina tu mundo y el mundo que les rodea. Feliz domingo. 

 

José Luis Cañavate Martínez, CM

Misionero Paúl