Antonio Abellán Navarro

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9 de diciembre de 2006

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Cuando los enemigos de Jesús le acusan ante la autoridad romana, aducen como motivos, que se erigía en autoridad en contra del emperador. Estas acusaciones volvieron a resonar durante la persecución española, cuando se acusaba a la Iglesia de ser un peligro para el nuevo régimen instaurado con la II República.

El 3 de junio de 1933, el Papa Pío XI publicó la encíclica Dilectissima Nobis sobre la situación de la Iglesia en España, en la que declaraba que no le movía la aversión al sistema político de la República, pero que no podía callar ante los ataques a la Iglesia y a la libertad civil.

“Nos ha causado profunda extrañeza y vivo pesar el saber que algunos, como para justificar los inicuos procedimientos contra la Iglesia, hayan aducido públicamente como razón la necesidad de defender la nueva República. Tan evidente aparece por lo dicho la inconsistencia del motivo aducido, que da derecho a atribuir la persecución movida contra la Iglesia en España, más que a incomprensión de la fe católica y de sus benéficas instituciones, al odio que contra el Señor y contra su Cristo fomentan sectas subversivas de todo orden religioso y social, como, por desgracia, vemos que sucede en Méjico y en Rusia” (n. 5).

GABRIEL LEÓN MARTÍNEZ

Nació el 20 de octubre de 1865 en Albacete. Ingresó en el Seminario de la diócesis de Cartagena a los 12 años para comenzar la carrera eclesiástica, que terminaría con la celebración de su primera misa, el 26 de diciembre de 1890. Trabajó siempre en Albacete, primero como coadjutor de San Juan Bautista, hasta 1918, y después como capellán de la Casa de Maternidad, hasta que fue asesinado.

Cuando se desató la persecución, Don Gabriel era un viejecito septuagenario, casi imposibilitado. Se ocultó en casa de un sobrino suyo por espacio de tres meses. Pero en la noche del 18 de octubre, descubierto su paradero, en su domicilio se presentan unos milicianos con la misión de detenerle. Al llegar a la casa, se encontraron con un individuo, que a ellos les pareció que podía ser el sacerdote; inmediatamente procedieron a detenerle, sin que sirvieran de gran cosa, las protestas de aquel hombre que se empeñaba en convencerles de que él no era sacerdote sino sastre. La intervención de un vecino pudo convencer a los milicianos de que en verdad era sastre, y dejándole en paz, prosiguieron la búsqueda de Don Gabriel. Cuando le encontraron, algún día más tarde, en vano el sobrino de Don Gabriel intentó convencerlos diciéndoles que se trataba de un anciano, que apenas salía ya de casa. Pero de nada valió. Se lo llevaron y, conduciéndole, sin más trámites, a la carretera de Murcia en el kilómetro 4, le dieron muerte, dejando allí abandonado su cadáver. Era el día 20 de octubre de 1936.