Pablo Bermejo

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6 de octubre de 2007

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A principios de septiembre mi amiga Pilar iba a celebrar su boda pero tuvo que aplazarla porque su madre había caído enferma. Hacía tiempo había pasado por un cáncer de pecho que ya estaba superado pero, siendo como es el cáncer, antes de la boda le diagnosticaron metástasis en el cerebro.

En plena Feria de Albacete, la madre de Pilar tuvo una recaída en el pueblo y les aconsejaron que no la ingresaran en el hospital pues estaba a punto de morirse. Aún así decidieron ingresarla y la madre mejoró, de manera que vieron posible que pudiera asistir a la boda de Pilar si la celebraba inmediatamente. Así que avisaron corriendo a todos los invitados que en tres días se celebraría la boda.

Conociendo todos las circunstancias en que se celebraba no faltó ningún invitado a aquella boda llena de fuerza, por parte de Pilar, su familia y sobretodo de su madre, la cual sacó energías de donde no existen para poder llegar hasta hacer un brindis en el banquete. Todos intentaban acercarse de vez en cuando a animar a Pilar, la cual iba pasando entre sonrisas y lágrimas.

Nueve días después recibimos el aviso de que su madre había fallecido y fuimos a su velatorio en las Casas de Juan Núñez. Gracias a Dios aún no he tenido que ir a muchos velatorios en mi vida, pero me sorprendió la endereza de Pilar y toda su familia. En las varias conversaciones que tuvimos esa noche decía Pilar que era su madre la que siempre había tirado del carro en su casa pues tenía mucha endereza, y yo pensé que Pilar y sus hermanas habían heredado en todos sus aspectos la fuerza de su madre. Le decíamos a Pilar que tenía que estar contenta pues consiguieron entre todos que su madre pudiera asistir a su boda, y ella recordó que su madre le dijo que ya estaba contenta pues había visto todo lo que tenía que ver.

En un momento amargo del entierro, mi amiga recordaba los malos tragos pasados con el oncólogo, persona fría y deshumanizada con el paso del tiempo y la costumbre de su trabajo diario; pero en estos momentos no nos hace ningún bien pensar en todo lo que se podría haber hecho y en los médicos que se podrían haber visitado. Después del entierro, con la misma fuerza y buena acogida del velatorio, Pilar y su familia nos invitaron a reunirnos en su casa y beber algo caliente.

Uniéndome al dolor de Pilar no podía evitar pensar que, si la naturaleza sigue su curso normal, a todos nos ha de tocar pasar por la muerte de nuestros padres. Son verdaderas pruebas que hacen temblar el cuerpo de sólo pensar en ellas. Por eso admiré tanto a esa familia que estuvo más unida y fue más fuerte que nunca para despedir a quien tanto empeño puso en conseguir con éxito asistir a la boda de su hija pequeña.