Manuel de Diego Martín

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10 de agosto de 2013

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Al volver de vacaciones te encuentras con revistas, periódicos amontonados, e intentas echar un vistazo sobre ellos. Enseguida te das cuenta de la gracia que ha supuesto para la Iglesia católica la presencia del Papa Francisco en la JMJ de Río Janeiro.

Un gran periodista al terminar una colaboración sobre lo que había visto y vivido en las Jornadas en Brasil, nos decía que montón de veces le vino a la mente, esa bendita fecha, ese trece de marzo, día de la elección del Papa en que la Divina Providencia nos hizo este regalo.

Y otro se expresaba de manera similar. Este pontificado nos ha llegado providencialmente en una situación delicada para el catolicismo que está pasando por la gran prueba del secularismo reinante y los embates del laicismo puro y radical. Y añadía que este pontificado puede ser una oportunidad para renovar la vida de la Iglesia y debemos verlo como un oasis en medio de la orfandad moral en la que vive gran parte de la población mundial.

A este testimonio de buenos periodistas puede añadirse el hecho de que los sondeos de opinión, las investigaciones del CIS, nos dicen que desde la elección de este Papa ha crecido el porcentaje de los que se declaran católicos.

Todo esto llena nuestros corazones de esperanza. El Papa es buenísimo, ¡qué bien! Pero si nosotros seguimos igual, en las mismas inercias, en las mismas mediocridades no arreglamos nada. De Jesús también decían que nadie hablaba como Él, que nadie hacía las cosas que Él, pero la gente seguía su marcha, y al final acabaron con Él en la Cruz, porque ponía en cuestión sus vidas.

Tenemos que aprovechar este “tsunami” este vendaval del Espíritu para que sople en nuestras conciencias y haga que todos llevemos una vida auténticamente cristiana. Si reaccionamos, entonces sí que estamos viviendo momentos de gracia. Para ello hace falta que hagamos cada día nuestro examen de conciencia como decía S. Ignacio, el padre espiritual de nuestro Papa.