Antonio Abellán Navarro
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16 de septiembre de 2006
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Nació en Almaciles, provincia de Granada, el 11 de junio de 1891. desde pequeño, sus padres decidieron dedicarlo al comercio, pero no tardó mucho en descubrir su vocación sacerdotal. Hizo sus estudios eclesiásticos en Murcia, ordenándose sacerdote en el año 1918. Siguió en el seminario como profesor y superior del mismo.
Tras algún nombramiento más, aparece en Hellín en el año 1935, cuando es nombrado párroco de la Asunción y arcipreste. En este lugar le sorprende la guerra, viéndose envuelto en la persecución religiosa, como una víctima más. No quiso marcharse, aunque le habían ofrecido un salvoconducto para que pudiera salir de Hellín, gesto que agradeció, añadiendo que no abandonaría el rebaño que el señor le había encomendado. En el mes de agosto de 1936 fue encarcelado. Uno de los milicianos que hacían guardia en la Casa del Pueblo, al ver llegar al sacerdote, comentó entre burlas: ¡Carne de cura tenemos! En esta situación escribe a un hermano suyo: Desde mi última carta las cosas han cambiado notablemente; y hoy sospecho con sobrada razón que me quedan pocas horas de vida.
Perdono a todos los que sean o hayan de ser causantes, o cómplices de mi muerte. Perdonadlos vosotros también, como nos manda la ley cristiana, que profesamos. Que Dios acepte nuestros sacrificios y nuestra vida para que todos se conviertan y vivan.
No recuerdo haber dado ocasión para que se me persiga; y me satisface pensar que la causa única de todo es mi carácter sacerdotal. Morir así es un verdadero y glorioso martirio. ¿Qué mejor muerte podía yo imaginar? No tengáis pena por mí. Encomendadme a Dios; y quiera Él que nos juntemos en el cielo, bendiciendo allí los caminos secretos de su misericordia…
Si en alguno de los pequeños vierais aptitudes para ser sacerdote, haced lo posible para que lo sea…
Aún le permitieron volver a su casa por unos días, pero el 9 de septiembre era encarcelado de nuevo.
En la madrugada del día 12 de septiembre, unos milicianos le sacan de la prisión y en automóvil le conducen a las afueras de la ciudad, al lugar conocido como Cañada de los Pozos. Al bajar del coche preguntó a los milicianos cuál de ellos le iba a matar, y al que respondió que él, le entregó su reloj como recuerdo y le dijo: sólo te pido que me dejes morir besando esta cruz. Puesto de rodillas besó el crucifijo, y lo estrechó contra su pecho, al tiempo que pronunció estas palabras: Que Dios os perdone, como os perdono yo. ¡Viva Cristo Rey! Inmediatamente tres balas atravesaron sus sienes.
Todavía el lugar de su martirio es visitado por buen número de hellineros.