Manuel de Diego Martín

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4 de octubre de 2008

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Ayer celebrábamos la fiesta de San Francisco de Asís. El Poverello fue el santo universal, que se divorció de una vida mundana y frívola para casarse con la dama pobreza en matrimonio indisoluble y eterno. Así pues se convirtió el santo de Asís en el hermano de todos, en el icono y símbolo de lo que debe ser una fraternidad universal.

Pues ya lo decía San Pablo. ¿De dónde vienen las guerras, las enemistades, los odios? Pues de los ciegos egoísmos, de las turbias ambiciones, de las desmedidas avaricias, del querer tener más y más y consumir a lo bestia, que al final se convierte en una idolatría. Esta idolatría, que también lo era en su tiempo, la pulverizó Francisco con su modo de vivir en absoluta pobreza.

Este año para nosotros albaceteños, la fiesta de San Francisco tiene un sabor amargo. Dos grandes pueblos de nuestra provincia, Hellín y Almansa, celebran este año la fiesta de San Francisco sin franciscanos. Después de siglos, estos dos importantes conventos han echado el cerrojo, si no es para siempre, por lo menos lo es para tiempo indefinido.

Al quedarnos sin franciscanos, ¿nos quedaremos también sin el espíritu de San Francisco? Dios no lo quiera. Cuando Elías se marchaba al cielo, su discípulo Eliseo le gritaba que al menos le dejase un cuarto de su espíritu.

Ahora que nos quedamos sin franciscanos, que al menos no nos quedemos sin un cuarto del espíritu de San Francisco. Si nuestra sociedad se caracteriza por el egoísmo, el individualismo, el afán de acaparar y el materialismo consumista llevado al paroxismo ¿qué mejor antídoto para traer luz y esperanza a nuestro mundo que mantener vivo el recuerdo y la vivencia de este gran santo, cuyos hijos los franciscanos, han llevado a través de los siglos hasta los últimos rincones de la tierra?

Pedimos al cielo que si nos quedamos sin franciscanos, no nos quedemos sin el espíritu de San Francisco. Este es nuestro reto, este es el sentido litúrgico de la fiesta que ayer celebramos. Paz y bien a todos.