Manuel de Diego Martín

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14 de febrero de 2009

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El miércoles pasado, día 11 de febrero, se celebró la fiesta de la Virgen Lourdes. Por la estrecha relación que el misterio de Lourdes tiene con tantísimos enfermos que peregrinan llenos de esperanza hasta la Gruta de Masabiette, el papa Juan Pablo II declaró este día como Jornada Mundial del Enfermo.

En mis primeros años de cura fui capellán de la Institución Benéfica, conocida en Albacete como el Cotolengo. Cada año, en este día, acompañado por los voluntarios y amigos de la Casa celebrábamos la fiesta con una solemne Eucaristía y una procesión de antorchas alrededor de la gruta que tiene la Virgen en los jardines de la casa. Yo en aquel tiempo no conocía Lourdes y los enfermos me preguntaban, pero “¿no ha ido Ud. a Lourdes?” Y me decía a mí mismo: “¿cómo puedo yo entender su ilusión, su emoción, su amor a la Virgen sin ver aquello?”. Así pues, en la primera ocasión que tuve, peregriné con ellos al Santuario. Después he vuelto varias veces.

Pasados treinta años en los que el ministerio me ha llevado a diversos lugares: tierras africanas, Jerusalén, Madrigueras, Hellín, de nuevo Albacete, el pasado miércoles volví a celebrar la fiesta de Lourdes en el Cotolengo. La misma devoción a la Virgen, las mismas antorchas, los mismos cantos del Ave María. Pero muchos enfermos de los que llevaban los cirios en aquel entonces ya no estaban allí.

Con cierta emoción me vino su recuerdo, y también el consuelo de saber que se marcharon a la eternidad, arropados por el cariño de las hermanas y voluntarios, en el momento en que el Creador así los dispuso. A nadie se le cortó la alimentación porque su vida ya no merecía la pena. Tal vez algún laicista ateo pudiera haber preguntado ¿qué hace esa chiquilla llamada Marilines, totalmente paralítica, años y años en una camilla? La respuesta no podía ser más que esta: Esa chiquilla lo único que hace es recibir besos de las hermanas y de todos los que la cuidan hasta recibir el beso de Dios. ¿Te parece poco?

El Papa ha escrito un mensaje para el Día del enfermo en el que nos hace tomar conciencia del sufrimiento de los niños, y también el de todos aquellos ante quienes la ciencia no puede hacer nada. Recordando a S. Pablo dice aquellas palabras que donde abundó el sufrimiento tiene que abundar la consolación. Esto significa que debemos rodear a todos nuestros enfermos de todo cariño y ternura, sobre todo a los más débiles y necesitados. Y de nuevo el Papa vuelve a afirmar la suprema dignidad de cada vida humana. Cuando pienso lo que se ha hecho en Italia con Euliana desde una mentalidad materialista y atea, no puedo por menos que sentir con inmenso gozo la gracia de ser y pensar como cristiano.