+ Mons. D. Ángel Fernández Collado

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15 de julio de 2021

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]M[/fusion_dropcap]onasterio de MM. Carmelitas de Albacete, 16 de julio de 2021

La fiesta de Nuestra Señora del Monte Carmelo que estamos celebrando en este Monasterio de Madres Carmelitas Descalzas de Albacete, que celebran los 70 años de su fundación en Albacete (1951-2021), es una de las celebraciones marianas más populares y más queridas en el pueblo cristiano. Fiesta de la Virgen del Carmen. Su celebración agradecida al Señor, casi espontáneamente nos traslada a Tierra Santa, donde en el siglo XII un grupo de ermitaños comenzó a venerar a la Santísima Virgen María en las laderas del Monte Carmelo. Con la alegría que nos da siempre celebrar una fiesta en honor de la Virgen María, llegado el 16 de julio, la honramos con el título del Carmen. Ella ocupa un lugar muy especial en esta Comunidad de Carmelitas Descalzas, en nuestras familias y en muchísimos corazones cristianos que se sienten sus hijos y devotos, y la proclaman como Madre del cielo y faro potente que ilumina y protege nuestras personas y vidas.

Un año más nos reunimos en este Monasterio, lugar sagrado, casa de Dios y lugar donde escuchamos su palabra y aumentamos la fe, la esperanza y el amor, con el objetivo de vivir cristianamente y llevar adelante, con su ayuda, nuestros buenos propósitos. Un día especial dedicado a la Virgen del Carmen, como Madre de Dios y protectora de todos y cada uno de nosotros, y también como amparo y guía de los navegantes. Y nos inspiramos para celebrar bien esta fiesta en las palabras que hemos escuchado en el Evangelio, cuando Jesús, desde la cruz, se dirige a su madre María y a Juan, el joven discípulo muy amado por el Señor, con estas palabras: «Mujer, ahí tienes a tu hijo; Luego, dijo al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa como algo propio» (Jn 19,26-27).

La festividad de la Virgen del Carmen nos invita a mirar a la Estrella de los Mares para buscar en ella orientación, consuelo y sentido cristiano en nuestra vida. Y María, Madre solícita, atenta siempre a las necesidades de sus hijos, nos llama a acoger la palabra salvadora de su Hijo.

La Virgen del Carmen es invocada como “Puerta del cielo” o antesala del amor divino, y también como “Estrella del Mar”, que orienta y socorre en todas las situaciones de nuestro navegar por esta vida terrena, en un mar tantas veces desconcertante, intentando mantener el rumbo y creciendo en la paz y la fuerza del Espíritu del Señor y en la protección de Santa María, nuestra Madre del cielo. Santo Tomás de Aquino decía: «A María Santísima se le llama Estrella del Mar, porque de la misma manera que por la estrella se dirigen los navegantes al puerto, así por medio de María se dirigen los cristianos a la gloria», Y San Bernardo, verdadero enamorado del amor maternal de la Virgen María, exhortaba diciendo: «Mira a la Estrella. Invoca a María», recordándonos con estas palabras que María es siempre la imagen de la misericordia que nos viene de Dios.

La primera lectura bíblica que hemos escuchado hoy, está tomada del libro de los Reyes (1 Re 18,41-45) y tiene como personaje importante al profeta Elías. Este es el gran profeta de la fe y del celo por la gloria de Dios. En la época de Elías el pueblo vivía en una situación de extrema confusión religiosa, hasta el punto de adorar y seguir a Baal, un dios extranjero al que consideraban la verdadera fuente de los bienes de la naturaleza, que enviaba la lluvia y el rocío para fertilizar a la madre tierra.

El profeta Elías, para probar que sólo Dios es quien crea y controla la naturaleza, había jurado que no habría lluvia ni rocío hasta que él lo ordenara con su palabra profética (l Re 17,1). Después de algunos años de sequía y, gracias al ministerio de Elías, el pueblo había vuelto a reconocer al verdadero Dios (l Re 18,2040). Cuando el pueblo se convierte, Dios está dispuesto a enviarles de nuevo la lluvia. El profeta Elías entonces invita al rey Ajab a «comer y beber» (l Re 18,41), es decir, lo invita a hacer fiesta porque el pueblo ha vuelto a su Dios y el Señor mandará otra vez el agua sobre la tierra: «Sube, come y bebe porque ya se oye el ruido de una lluvia torrencial» (l Re 19,41).

Probablemente el Rey Ajab, que acompañaba al profeta Elías, había estado ayunando largo tiempo, a causa de la sequía, como signo de luto y penitencia, según la costumbre que se seguía en tiempo de calamidades (Cf. Joel 1,14). Por su parte, el profeta sube a la cima del Carmelo. Las siete veces que manda a su criado a observar el mar para ver algún signo de lluvia, indican la seguridad que tenía en la palabra que Dios había pronunciado: «Yo voy a hacer llover sobre la tierra» (l Re 18,1). Mientras el criado va a mirar, Elías sube a la cima del monte Carmelo y «ora, postrado en tierra, con el rostro entre las rodillas» (l Re 18,42). A la séptima vez, el criado le dijo: «Sube del mar una nube pequeña como la palma de una mano» (l Re 18,44). Finalmente llega el signo que el profeta Elías esperaba. Al profeta le basta ver una pequeña nubecilla para intuir que Dios enviará la lluvia sobre la tierra y así se lo hace saber al rey diciéndole: «vete, antes que la lluvia te lo impida» (1 Re 18,44), En aquel momento, «el cielo se oscureció con nubes, sopló el viento y cayó agua en abundancia» (1 Re 18,45), Elías entonces corre delante de Ajab para anunciar la victoria; solamente que aquí la victoria no ha sido del rey, sino de Dios, de Elías y de la fe del pueblo. El final de la sequía había dejado claro que Yahvéh era el único Dios, fuente de la fecundidad y de la bendición, y cuyo poder se extiende a toda la naturaleza.

 

 

En el Evangelio, san Juan nos sitúa junto a la cruz de Jesús, donde aparece congregada simbólicamente la Iglesia, representada por “su Madre” y por “el discípulo a quien Jesús amaba”. Al pie de la cruz, en Jerusalén, aparece María, madre de los hijos de Dios dispersos, reunidos ahora por Jesús (Jn 11,52), verdadero “Templo” de la nueva alianza (Jn 2,21). María es la nueva Jerusalén, la madre, la Hija de Sión a la que el profeta decía: «Levanta la vista y mira a tu alrededor, todos se reúnen y vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos» (Is 60,4), Ahora es Jesús quien, dirigiéndose a su madre, la dice: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». A imagen de Jerusalén, madre, María es la madre universal de los hijos de Dios, congregados en Cristo, principio de la nueva humanidad.

Jesús luego se dirige al discípulo y le dice: «Ahí tienes a tu madre». El discípulo, «a quien Jesús tanto amaba», (Jn 19,26) es imagen del creyente de todos los tiempos. Por eso las palabras de Jesús hacen que la maternidad de María alcance una dimensión eclesial que se extiende a todos aquellos que siguen con fidelidad hasta la cruz. El discípulo acoge a la Madre de Jesús lleno de gozo interior y de ternura hacia ella. «Desde aquella hora, el discípulo la acogió en su casa, como algo propio». Las “cosas propias” del discípulo son sus bienes espirituales, sus valores más profundos en la fe, entre los cuales hay que incluir la palabra de Jesús (Jn 17,8), la paz que el mundo no puede dar (Jn 14,27), el don del Espíritu (Jn 20,22); etc. Entre esos bienes propios del discípulo ahora aparece también María. La Madre del Señor pasa a ser parte del tesoro más preciado del discípulo creyente. Cuando ha llegado la Hora, al pie de la cruz nace la nueva familia de Jesús, símbolo de la Iglesia de todos los tiempos: “su Madre y sus hermanos”, (Cf, Mc 3,31-35).

Que esta celebración en honor a nuestra madre, la Virgen del Carmen, aumente nuestra devoción y nuestro deseo por vivir santamente, haciendo bien las cosas buenas que nos corresponda hacer. Dejémonos seducir por el ejemplo de la Virgen Santísima, que siempre llevó a Jesús en su corazón.

Que la Virgen del Carmen proteja este Monasterio de Madres Carmelitas Descalzas de Albacete, que celebran los 70 años de su fundación, y que la devoción hacia Élla sea para todos nosotros una potente luz que nos ilumine, de manera que, como Jesús, pasemos por este mundo “haciendo el bien”. Y el bien más concreto que podemos realizar es convertirnos en transmisores de esta misma devoción a nuestra Madre del cielo, a María, la Santísima Virgen del Carmen. Élla, que pidió a Dios por nosotros, por sus ruegos Dios derrame su bendición sobre nosotros.