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22 de agosto de 2009

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El evangelio de este domingo continua donde acabó el del domingo anterior. Las palabras dichas por Jesús en aquel pasaje son la consecuencia de la resistencia en los discípulos que hoy aparece en este. Seguimos el recorrido que nos propone el evangelista. Los apóstoles interpretan el anuncio de la muerte como una debilidad y un fracaso. Pero la muerte de la que Jesús habla es renuncia y limitación necesaria para que lo “demás” crezca y por tanto condición necesaria para la vida. No es un planteamiento fácil de entender y hay gente que en ese momento le abandona. Tantas cosas en la vida son entusiasmos pasajeros.

El evangelio de Juan que normalmente parece interesarse menos por la figura de los doce apóstoles –en comparación con los otros evangelios- ahora curiosamente los resalta. Pedro responde en nombre de ellos. No en vano el coloquio que muestra el evangelista ha partido de una protesta. Ahora hay que responder ¿Se generaron falsas expectativas? ¿Qué seguimiento esta pidiendo Jesús para que se produzca esta reacción? Detrás de lo que Jesús dice es fácil rastrear una queja con los discípulos, queja que no es nueva: la falta de fe. Falta de fe en la persona de Jesús y falta de fe con el proyecto de vida que Él propone, como si una cosa irremediablemente tuviera que ver con a la otra. Los discípulos siguen sin comprender del todo. La pasión con la que vive Jesús –esa misma que le llevara a la muerte- es un test a la implicación de sus seguidores. El contraste aquí es evidente.

También parece como si la clave para entender el “sí condicionado” de los apóstoles estuviera en lo que Jesús explica sobre la carne y el Espíritu. Cuando Jesús habla de esto, habla no sólo de dos concepciones diferentes de la persona misma sino de dos posibles maneras de entender la vida y por tanto la misión que Cristo nos pide. Para identificarse como discípulo antes uno habrá debido nacer a la “vida del Espíritu”. Ese fondo de la vida en el Espíritu ya de por si quizás sea una de las claves para entender todo el cuarto evangelio e incluso las maneras de cómo Cristo podría haber sido Mesías, según la carne, el rey que el pueblo esperaba o según el Espíritu como el siervo doliente que lava los pies a sus discípulos, pero Cristo ya se confrontó con esta tentación en el desierto. Ahora es el momento de la pregunta a los apóstoles. ¿También vosotros queréis marcharos?

La contundencia con la que Jesús habla es proporcional a lo efímero de muchas de nuestras decisiones. Jesús pide fidelidad. Una fidelidad aún así curiosa pues con el tiempo el creyente descubrirá que ser fiel a Cristo y ser fiel a uno mismo son dos caras de la misma moneda.

Cristo nos invita a escoger. Sabemos que carne no significa aquí en el relato tanto “cuerpo” como indecisión, miedo… Ya en otros lugares el evangelio nos ha hablado del peligro de una vida malograda, es decir el peligro de llevar una vida que no ha dado de sí o que se encierra en sus posibilidades. Sin embargo ¿Cómo entender entonces lo que significa la vida en el Espíritu? Nos da respeto traducir hoy estas palabras de Cristo a nuestra cultura actual pero es obligado hacerlo. Hablar hoy de vida en el Espíritu es hablar de búsqueda y de renovación interior… es hablar de ideales, utopía, misión. Inevitablemente hoy una vida en el Espíritu será también una vida con cierto profetismo y pasión. Una vida integrada en Cristo que da fruto.

Hace poco en una campamento parroquial de la Gineta trabajamos precisamente algo parecido con los chavales. La idea era la siguiente: parte del diagnóstico que podemos hacerle a la sociedad de nuestro tiempo viene de la radiografía del como está ahora el mundo juvenil: falta de participación en la vida pública, indiferencia ante la problemática social, mucha información pero poca formación, dificultades para un pensamiento libre y crítico, dificultades para descubrir “lo espiritual”, desorientación vital… No hay ánimo de ser negativos pero con los pies en el suelo estos y “otros” serán los retos a los que deberá responder una vida en el Espíritu.

Las palabras de Pedro al final ¿a quién vamos a acudir? hablan de una experiencia interior… parecen salidas de alguien que ya se ha confrontado con las preguntas de la fe. Y es que el texto también habla de las crisis, de las renuncias y de los pasos atrás. Pero también de los “sís”, las apuestas vitales y las tomas de posición -que también son apellidos de la fe-. Para esto el evangelio habla de “don”. Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede. Y Jesús nos explicará como ese don recibido se convierte en “tarea” y en responsabilidad –la parábola de las vírgenes necias por ejemplo-. La fe puede flaquear por no cuidar lo suficiente ambas cosas. Por apartarse del don original o por abandonarse en la inercia de los acontecimientos sin “alimentarse” lo suficiente. El “trabajo de la fe” por ende necesitará del acompañamiento de la comunidad, del compromiso con el necesitado y de la formación integral. Esa podría ser la vida compartida en el Espíritu, la que vivifica y la que tiene el poder de dar fruto para nosotros y los demás.

Enrique Sáez Palazón
Párroco de La Gineta