Pablo Bermejo
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17 de enero de 2009
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Hace varias semanas fue el Día de la Familia en España y, desde entonces, no paro de darle vueltas a varias cosas que se dijeron ese día y a otras que llevan aconteciendo a mi alrededor bastante tiempo. En televisión escuché que hay que saber vivir en familia a pesar de lo que hoy esté de moda, y yo automáticamente sólo pensé en que se refería a los esposos/esposas. Sin embargo más tarde en misa el párroco nos hizo ver el compromiso familiar desde todos los puntos de vista: la hija, el padre, el nieto,… Y pasé de concebir las palabras que se decían el Día de la Familia como un deber para el futuro a sentirme plenamente identificado y a pensar en muchos problemas que ocurren a mi alrededor.
Por ejemplo recuerdo la historia de una abuela que contaba hace tiempo a un amigo que se sentía inservible en casa de su hija porque apenas podía moverse, y cuando sus nietos le hablaban era para decirle: “¿por qué no se va a su cuarto, abuela?”. O la historia de una familiar lejana mía, que dedicó toda su vida a mantener a su marido y 3 hijos. Cuando las cosas les iban estupendamente, cayó enferma y aún así seguía trabajando. Un día no podía aguantar más en el trabajo y llamó a su hijo para pedirle que le recogiera, como respuesta obtuvo: “no estarás tan mala si has ido a trabajar”. Y, muy tristemente, cuando escucho la justificación de un conocido, el cual vive con su mujer y su hija mientras que a escondidas sale con una chica diez años más joven que él.
Todas estas circunstancias han ido apareciendo a mi alrededor hace poco y el Día de la Familia comencé a pensar si siempre ha sido así, o si vamos a peor, o quizá estamos mejorando lo que había. Eso no lo sé. Pero lo que sí me queda claro es que hay muy pocas ganas de comprometerse para crear una familia. A mí personalmente es un proyecto que desde pequeño me ha hecho ilusión, así que a veces pienso que se trate de tener vocación. Con lo cual por supuesto respeto a aquellos que no tengan vocación de tener familia, que los hay. A parte de tener vocación de familia, hay que saber resistir el miedo que la sociedad nos hace sentir respecto al compromiso familiar. Entre mis amigos, y yo el primero, a veces hablamos de lo bonito que es comenzar una relación pero el miedo que da pensar en que se convierta en algo más serio. Y conforme nos hacemos adultos este miedo va creciendo cada vez más, lo cual recuerda a la frase de Daniel d’Arc: “Rascad la piel de un escéptico, y casi siempre hallaréis debajo los nervios doloridos de un sentimental”. Sin embargo, la lección más grande que he recibido al respecto fue algo que me dijo mi padre hace años: “La sensación inicial de enamoramiento puede desaparecer con el tiempo pero, si la relación se construye bien, luego aparece algo que es mucho mejor”. Esa frase se repite en mi interior cada vez que tengo una conversación con “no creyentes” en las relaciones comprometidas y que me acusan de “conformista” o “ingenuo”. Y entonces me acuerdo de mis abuelos, que con 70 años aún tonteaban mientras veían la televisión sentados en el salón. Es muy triste que haya personas que no pueden disfrutar de su magnífica relación por culpa del miedo.
Está claro que hay que hacer sacrificios tanto por la familia que obtenemos al nacer como por la que creamos al hacernos adultos. Un amigo me dijo a modo de broma que el compromiso es un acto de fe, lo cual me gustó mucho y creo que es otro motivo que hace que el compromiso familiar sea aún más gratificante.
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