Pablo Bermejo

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8 de marzo de 2008

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No recuerdo dónde leí una vez algo que me hizo mucha gracia: “nunca te fíes de alguien que lleve corbata”. Desde que era pequeño me ha ocurrido que no he podido respetar a las personas importantes hasta que me han demostrado, sin saberlo, que su puesto no les ha despegado los pies de la tierra. Muchas veces incluso pienso que esto es un defecto, más que un rasgo de mi personalidad.

Hace poco, estando de estancia en el Reino Unido, me fijé que todos aquellos que tienen más de 50 años y ostentan un puesto importante en la universidad se dejan crecer barba larga y siempre la mantienen despeinada. Yo a eso le llamo complejo de Merlín (o de Dumbledore), y a los que no pueden evitar tenerles exceso de respeto les asigno el complejo de Arturo (o de Harry Potter). En una reunión, un chico estaba realizando una presentación, nervioso e intentando hacer bromas mientras hablaba. Nadie se reía mucho, hasta que el cabeza, el top del departamento, se rió en voz alta. Entonces todos respondieron riéndose, un segundo más tarde que él, como un eco y mirando hacia dicho Merlín. Mientras tanto, el chico responsable de la charla sonrió satisfecho y tomó un poco de su taza de café, con el puño izquierdo reposando en su costado. Su cara mostraba la sensación de haber hecho un buen trabajo… En fin, yo estas cosas no las aguanto. Séneca, estoico, siempre aconsejaba en sus cartas a Lucilio con alguna frase de Epicuro, representante de la principal corriente filosófica “adversaria” del estoicismo. Y hacía esto alegando que las verdades universales dichas por un filósofo, han de valer para todo el mundo, y no sólo para los seguidores de dicha filosofía. A la vez, aconsejaba que jamás se siguieran los pasos de una misma persona, pues así siempre andaríamos detrás suyo. Séneca renegaba del exceso de respecto a una única filosofía o persona y animaba a Lucilio a no dejarse cegar jamás por ninguna luz.

Volviendo al tema del Complejo de Arturo, unos días después estaba tomando café con todo mi departamento, la gente dividida en varios grupos. Entró Merlín y, tras un tiempo, rió. Muchos, incluso los de grupos separados que obviamente no sabían de qué iba el tema, también rieron fuertemente, un segundo después, de nuevo como un eco.

Es importante respetar a todos, y saber quién se merece más respecto del ordinario. Pero cuando este exceso de respeto nos anula como personas, o desvía lo que en verdad somos, nos estamos haciendo un daño personal que no reconoceremos hasta pasado mucho tiempo, siendo quizás tarde para deshacerlo.

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