Santiago Bermejo Martín

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14 de septiembre de 2025

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¿Exaltar? ¿Qué cosas exaltamos normalmente? ¿El éxito, la fama, tener dinero, la belleza, la salud física, el placer…?

Nadie exalta el sufrimiento, las experiencias dolorosas o desagradables, lo que llamaríamos experiencias de cruz.

Por eso nos tenemos que preguntar por qué los cristianos celebramos esta fiesta de hoy, con un nombre tan chocante o impopular: la exaltación de la Santa Cruz.

Flavio Josefo consideraba que la crucifixión era “la muerte más miserable de todas” y Cicerón la califica como “el suplicio más cruel y terrible”.

En realidad todas las muertes provocadas por un ser humano a otro son terribles, las de entonces y las de ahora.

Los cristianos contemplamos la muerte en cruz de Jesús con fe y remontándonos al origen. Como nos dice el evangelio de hoy: “Tanto amó Dios al mundo, que envió a su Hijo, para que todo el que cree en él tenga vida eterna…”. Y añade el Evangelio según san Juan: “Dios no envió su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”.

Aquí tenemos el motivo por el que Dios nos envió a su Hijo: un designio de amor y salvación para toda la humanidad.

Para comprender la grandeza de ese gesto de generosidad podríamos hacer un ejercicio. Sería comenzar la frase a la que nos hemos referido antes, adaptarla a nosotros, situarla en nuestra propia vida y ver cómo la concluiríamos: “TANTO AMO YO A …, QUE…”. En los primeros puntos suspensivos pondríamos a alguien que amamos mucho, que amamos de verdad, y en la segunda serie de puntos, escribiríamos lo que estamos dispuestos a hacer para demostrar el amor que tenemos a esa persona o a ese colectivo.

Cada uno que lo piense, pero creo que por mucho amor que sintiéramos hacia alguien, nunca llegaríamos al extremo de entregar un hijo.

Por eso, como es tan grande lo que Dios nos entrega, es muy importante ser conscientes de lo que ese gesto provoca en nuestro interior: ¿admiración, indiferencia, fe, agradecimiento, deseo de imitación,….?

Las palabras de Jesús resaltan la importancia de nuestra respuesta de fe: “para que todo el que cree en él tenga vida eterna”. Y añade: “El que cree en él no será juzgado”.

Por tanto, Jesús nos viene a decir que nuestra fe personal y eclesial es como un vínculo que une los acontecimientos salvíficos de la vida del Hijo de Dios con nuestro destino definitivo en la eternidad.

Exaltar la cruz de Jesús y celebrar con fe su entrega generosa debe impulsarnos a luchar con todas nuestras fuerzas contra las cruces impuestas a los seres humanos, esas cruces que no se asumen por amor, sino que provocan la infelicidad de las personas, de las víctimas.

Así seguiremos el ejemplo y el encargo del Señor, que nos enseñó que la fe y el amor al prójimo han de ir siempre unidos.