Manuel de Diego Martín

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23 de mayo de 2015

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Hoy, fiesta de Pentecostés, día en que recordamos que el Espíritu Santo descendió sobre los Apóstoles, la Iglesia celebra el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar. Este año lo hace con el siguiente lema: “Familia cristiana, apóstoles del mundo”. Así pues este es un día en que se nos recuerda que todos los seglares deben ser evangelizadores, y este año se pone el acento en las familias cristianas, que deben ser ante todo evangelizadoras en el mundo familiar.

La familia es un tema que ocupa y preocupa a la Iglesia en esta hora singular que estamos viviendo. Una reflexión sobre “la familia de hoy” será el tema del próximo Sínodo de Obispos que se celebrará en Roma el mes de octubre. El futuro de la cristiandad y del mundo depende de la familia. Sabemos muy bien que donde no hay familia no hay futuro.

El Papa Francisco nos ha recordado en la Evangelii Gaudium que la familia sufre una crisis cultural profunda como ocurre en otras instituciones. Pero, puesto que la familia es la célula básica de la sociedad, esta crisis se vuelve especialmente grave. En la familia, nos dice, se aprende a vivir en las diferencias, a tener vínculos de pertenecía hacia los otros y donde los padres transmiten la fe a sus hijos. Si esta familia cae, o se buscan modelos de familia siguiendo nuestras ocurrencias, que no tienen nada que ver con el proyecto de Dios Creador, entonces apaga y vámonos.

Nuestros obispos quieren darnos luces en este día. Nos recuerdan que las familias cristianas que nacen del Sacramento del Matrimonio constituyen comunidades de vida y de amor. Y si son fieles a la gracia sacramental que el Señor les concede cada día, si están abiertos al don de la vida y a esos niños que nacen los educan en los principios cristianos, van consiguiendo dentro de la familia esa armonía, esa madurez, esa paz, esa felicidad, esa plenitud de vida que el Señor quiere dar a todos aquellos que están dispuestos a cumplir su voluntad.

Y estas familias evangelizadas, siguen hablando los obispos, deben convertirse, a su vez, en testigos del evangelio hacia las demás familias. Están llamadas a evangelizar no sólo con palabras, sino sobre todo por contagio, por atracción. Cuando muchas familias alejadas de Dios sufren lo indecible por no entenderse, por no aceptar el don de los hijos, por estar al borde la ruptura si no llegan a consumarla, al ver familias cristianas que viven abiertas a la gracia de Dios en paz y en armonía pueden sentir que hay otras salidas posibles a su difícil situación.

Que la fiesta de Pentecostés, la familias para que viviendo a la luz del Señor puedan alcanzar una verdadera felicidad. Es lo que Dios quiere para todos sus hijos.