Juan Iniesta Sáez

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3 de diciembre de 2022

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Eterna renovación

En el tiempo del Adviento, todos los años nos dejamos guiar, subrayando distintos aspectos, de dos personajes que ejercen su función de precursores del Salvador. La Virgen María toma más presencia cuando se acerca la solemnidad de la Navidad. En las primeras semanas, como en este domingo, es Juan el Bautista quien nos llama a la conversión, a preparar el camino. En otros momentos, Juan orienta nuestro modo de ser discípulos. 

El Adviento, tiempo entrañable porque nos prepara a la ternura de las fiestas de Navidad, es también tiempo de llamada a la conversión. Para poder alojar en nuestras vidas del mejor modo posible al Salvador, primero tenemos que preparar la estancia de nuestro corazón. 

La llamada a la conversión de la perícopa del evangelio de Mateo de este domingo posiblemente sea aquélla en la que Juan utiliza un lenguaje más directo, más abiertamente polémico con aquellos fariseos y saduceos con los que tantas veces tendrá que vérselas el propio Jesucristo.

Se trata de una apelación fuerte a la sinceridad de nuestra conversión. ¿Pensamos, como los fariseos a los que acusa Juan Bautista, que, porque ya tenemos cierta tradición en nuestro trato con Dios, eso va a ser suficiente? ¿O realmente queremos que el Cristo que nos nacerá en unas semanas y que nace cada día en nuestra vida haga nuevas todas las cosas? 

«Renovarse o morir», dice una de esas frases que suenan casi a eslogan publicitario. Pues no le falta razón a esa afirmación. Cada Adviento, cada llamada a la conversión, cada jornada, se presenta ante nosotros esa disyuntiva: o bien renovarnos interiormente y manifestarlo externamente en las obras propias del cristiano, del que quiere ser otro Cristo en medio del mundo; o bien llevar una vida mortecina, una existencia anodina en la que, y acostumbrarnos a funcionar según nuestras rutinas (¡qué feo es hacer de nuestro trato con Dios algo rutinario!), todo para conservar unas falsas seguridades que nos amodorran, y de ese modo no permiten que saquemos lo mejor y más novedoso que hay en nosotros. 

Porque Dios es novedoso, es -paradójicamente- el siempre novedoso, eterna novedad y renovación para quien se atreve a dejarse tocar por su presencia, quien se pone en camino de conversión para hacerle un hueco al Mesías en el pesebre de su corazón.

 

Juan Iniesta Sáez
Vicario zona Sierra