Pablo Bermejo

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24 de marzo de 2007

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Hace tiempo un amigo me contó algo que había visto en un documental. Se había realizado un estudio con animales y sus crías, descubriendo que una cría sólo le tenía miedo a lo que sus padres temían. Así, no huían de las serpientes hasta que no habían visto a su padre o su madre huir de una.

A veces me da la impresión de que a nosotros nos sucede igual, pero en este caso el ejemplo se toma de lo que un programa de televisión o algún famoso diga que no hay que respetar.

Últimamente es algo natural, a la moda, realizar bromas respecto a la Iglesia. En varios de mis grupos sociales se acepta con risas el hecho de que se permita hacer arte pornográfico con la representación de Jesús o la Virgen. Otros no sólo se ríen, sino que defienden a ultranza y con el rostro enrojecido el derecho de cualquier persona a la libre expresión de sus ideas. La importancia de este hecho no está en crear esas imágenes pornográficas, ni en el hecho que algunos proclaman que nadie se atrevería a hacer lo mismo con otras religiones.

Para mí, el problema es que está mal visto defender cualquier aspecto relevante al cristianismo. Públicamente, parece estar de moda que el cristianismo se utilice sólo para gastar bromas o para criticar a la Iglesia. Nos quitan el derecho a defendernos acusándonos incluso de ideas políticas preconcebidas. No se trata de política. Se trata de que en cualquier espacio de humor nos enseñen lo divertido que es insultar a los hábitos, lo sencillo que es gastar una broma sabiendo que todo el mundo estará de acuerdo contigo porque no se atreverán a contradecirte.

Entre mucha gente joven, al defender a la Iglesia en la discusión típica del dinero de los sacerdotes o del obispo correspondiente, se mira al defensor como si llevara puesto un jersey de los años 50. Si una persona aprende lo que ve desde pequeño, qué ocurrirá dentro de unos años si continúa la tendencia entre los queridos famosos de arremeter contra el cristianismo. Si nos defendemos, nos acusan con ironía de no poner la otra mejilla. Si nos callamos, algo ocultamos. Si nos enfadamos, nos dicen falsos cristianos. Si se hace alguna aparición pública, se bromea acerca de lo expuesto de forma que sólo se recuerda lo que el cómico de turno ha dicho. Estar a la moda sale caro tal y como están algunas prendas. Pero hay precios que nunca se debe estar dispuesto a pagar.