Francisco San José Palomar

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11 de diciembre de 2021

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La alegría es una necesidad, que no proviene precisamente de la juerga, sino que brota del corazón íntimamente equilibrado y como “don” del Espíritu Santo.                                                       

La pandemia ha entristecido el panorama existencial de tantos hogares y personas y existe un esfuerzo denodado por devolver de nuevo a todos, la alegría de la salud y de una convivencia normalizada. 

Existe también un mundo crispado por las ambiciones y la desconsideración ante el diferente, que sólo trae disgustos y tristeza y sentimos la necesidad de la alegría que proviene del respeto y del amor al distinto, al prójimo. 

La liturgia de la iglesia conmovedoramente humana, busca llevar luz y aliento a las personas que viven estresadas por exceso de trabajo o desorientadas por falta de ocupación.

La liturgia de este tercer domingo de Adviento rezuma de gozo ante la inminente llegada del Salvador. Y por ese motivo se le denomina Domingo Laetare (= Alégrate) Esta es la alegría genuina del Adviento, la que procede de la presencia del Salvador entre nosotros. 

El profeta Sofonías anticipaba ya la alegría profunda de Israel: “Regocíjate, hija de Sion, grita de júbilo Israel, el Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. Y bellísimo es el texto de san Pablo a los Filipenses: “Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres. El Señor está cerca. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo.”. (Flp 4, 4)

El apóstol nos habla de “mesura”, de moderación, de profundo sentido humano pues añade: “Él nos traerá la paz, la luz, la amistad, el sosiego que tanto todos necesitamos”.

La desmesura consumista no nos trae alegría, sino agobio; el exceso de preocupación no nos trae paz sino desequilibrio.

El papa Francisco en su primera Exhortación Apostólica nos habla de la alegría del Evangelio, del gozo de ser cristiano. Leamos con atención el siguiente bellísimo texto:

La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. En esta Exhortación quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años. (EG 1)

Y más adelante, graciosamente dice: “Por consiguiente, un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, «la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas”.    (EG 10)

Saludemos también a la Virgen María para que nos ayude a recibir su Hijo. Ella es Ntra. Sra. del Adviento ¡Santa María, Causa de nuestra alegría! Rogad por nosotros.

Francisco San José Palomar
Sacerdote diocesano