Damián Picornell Gallar
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22 de mayo de 2021
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Desalentados, sin aliento. Así nos encontramos a menudo entre tantas ocupaciones y preocupaciones, incluidos unos cuantos fracasos acumulados. También los discípulos se encontraban sin aliento y atenazados por el miedo después de la trágica muerte de Jesús; las puertas cerradas son un signo bien elocuente de su situación. Jesús se presentó en medio de ellos para regalarles tres dones. Ante todo, la paz y la alegría cuando les mostró las manos y el costado y le pudieron reconocer; el envío a una misión de reconciliación en la que se continúa el envío del Padre a su Hijo; finalmente, el Espíritu Santo en forma de aliento exhalado.
Esta es quizá una de las imágenes más sugerentes para referirse al Espíritu Santo: el aliento de Jesús exhalado sobre cada uno de nosotros. Ese aliento que movió a Jesús a anunciar y realizar el Reino de Dios, amando hasta el extremo de entregar su vida, es el que se nos regala una y otra vez para que nuestra existencia sea recreada a la medida de Cristo y participemos de su misión y destino. Como escuchamos en la secuencia previa al Evangelio, el Espíritu Santo, este aliento de Jesús, es para nosotros “brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos”. Una brisa que llega a los más hondo de nuestro yo para enriquecerlo y llenarlo de luz y vida verdadera. Hagamos propia la petición de esta secuencia: “riega mi tierra en sequía, sana mi corazón enfermo, lava mis manchas, infunde calor de vida en mi hielo”.
Este aliento nos reconforta y nos mueve a exclamar: “Jesús es el Señor”y así transmitirlo a otros. Cuando se dice que la mejor forma de evangelizar es mediante el “boca a boca” nos referimos precisamente a esto. La transmisión de la fe consiste en primer lugar en pasar el aliento recibido de Jesús, el Espíritu que va habitando en nosotros, de una forma directa y vivencial, que abrirá paso al anuncio del mensaje de salvación y que hará posible decir: “Jesús es el Señor” y clamar:“Abbá, Padre”.
Hoy escuchamos en el relato del libro de los Hechos de los Apóstoles cómo en el día de Pentecostés las palabras suscitadas por el Espíritu Santo en los apóstoles saltan la barrera de la diversidad de lenguas y llegan a tanta gente y tan diversa. La experiencia de Pentecostés implica también para nosotros que, cuando quedamos llenos del Espíritu, se genera una comunicación esencial que llega a lo más hondo de las personas, aunque hablemos distintas lenguas y estemos inmersos en un mundo virtual o real. Esta comunicación, fruto del Espíritu, es la que debemos preparar, promover y cuidar, participando así de la misión encomendada por nuestro Señor.