Mons. D. Ángel Román Idígoras

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2 de julio de 2025

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El verano es un tiempo que muchos aprovechan para viajar y perfeccionar algún idioma con el acento autóctono. Yo animo a aprender idiomas y propongo, como oferta original, que aprovechemos este verano para cultivar y perfeccionar el “lenguaje” de Dios. No hay que viajar ni gastar dinero, porque su escuela es gratuita; para adquirir la pureza de la “lengua divina”, con acercarnos a Él, el acento será fetén.

Si miramos el mundo, vemos que estamos como estamos porque sólo hablamos nuestro “lenguaje”: el de la manipulación, la imagen y la opresión. “Hablando” así, la realidad es desesperadamente cíclica: mandan unos sobre otros y, cien años después, otros sobre unos. Y, al final, siempre a tortas y sufriendo todos. No hay un lenguaje de fraternidad ni de construcción de un mundo nuevo y libre. No se sabe hablar “la lengua” de Dios.

Si aprendemos y practicamos el idioma divino, el mundo cambia y hacemos posible la vida en libertad. Si hablamos ese lenguaje del Amor, conseguimos que este mundo disfrute ya de lo que luego será en plenitud. Por eso es un lenguaje tan chulo. Aprendiendo el lenguaje de Dios, la Casa del Padre ya es una realidad aquí. Y esa presencia nos da la certeza de que lo que esperamos es real y verdad, porque ya lo estamos disfrutando. Si mi lenguaje es paz, esperanza, vida… ya disfruto no sólo del olor de lo que se está cociendo, sino que ya estoy probando la “rica comida” que se cuece. Y esto nos anima para seguir perfeccionando ese lenguaje. Parece que es débil el hablar de Dios, y siempre gana el lenguaje humano de la violencia. No nos dejemos engañar. Triunfa la Vida.

Justamente, para enseñarnos “su idioma” y que entendamos eso, se encarna Jesús. Sólo Él habla su lenguaje con acento perfecto. Y sólo Dios puede enseñarnos a hablarlo y entenderlo de forma perfecta. Ese lenguaje pasa por Belén y por la Cruz; por la bienaventuranza y la misericordia; por el amparo y la salvación del pecador… Es el lenguaje que llena el corazón y la vida.

Si os parece, contemplamos los pasajes evangélicos de la infancia de Jesús para hacer un listening del lenguaje de Dios. El ángel anuncia y espera el “sí” libre de María. El “sí” se da y, sin pasar nada aparentemente, pasa todo: tiempo de gestación, de espera, de silencio, de sorpresa, de lucha y rechazo, de servicio y acogida. Ya va Dios hablando con un estilo muy concreto, contestando al “sí” de María y de José; es un lenguaje paciente y humilde, que llena de vida, como podemos contemplar en la alabanza de Isabel y el salto de Juan.

El lenguaje de Dios… ¡Quiero aprenderlo y dejarme hacer por Él, como María en su seno! Quiero vivificar en lo escondido y llevar la alegría de Cristo gestándose y viviendo ya en mí. Quiero aprender a hablar en silencio, a hacer sin vanaglorias, a servir… En resumen, quiero aprender a Amar, que es el lenguaje de Dios. Quiero “ir a la escuela de la vida” y practicar con mi gente, escuchando a Dios en mis hermanos; quiero aprender de su balbucear, de su intuición o de su acento fino. Quiero empaparme de su buen hacer con capacidad de absorción que tiene un bebé.

Este verano, si estamos atentos, seguro que, cerca de casa y a través de quien menos esperamos, descubrimos a Jesús enseñándonos a hablar este lenguaje liberador.