Julián Ros Córcoles
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18 de enero de 2020
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]L[/fusion_dropcap]a iconografía más tradicional entre nosotros, tomando pie del pasaje evangélico de este segundo domingo del tiempo ordinario, suele representar a San Juan Bautista vestido con piel de camello y señalando con un dedo al Cordero que representa a Cristo: “Este es el Cordero de Dios”. Sin embargo, en la educación que hemos recibido muchos niños, se nos decía que “está feo señalar”, que se trataba de un gesto de mala educación. Quizás era un modo para evitar algún sofoco a nuestros padres. Señalamos para llamar la atención sobre algo o alguien.
Los expertos investigaron si es un gesto que los bebés hacen con el deseo de tocar o como una flecha para señalar. Después de interesantes experimentos, concluyeron que los bebés interpretan los gestos de señalar como si fueran intento de tocar las cosas, no como flechas. El testimonio de Juan Bautista es muy eficaz desde el punto de vista de la Evangelización. Quienes lo seguían pudieron encontrarse con Jesús gracias a que su “señalar” al Dios presente en la historia no fue fruto de la erudición —los escribas que aconsejaron a Herodes supieron acertar que el lugar del nacimiento sería Belén—.
En el Bautista se realizó en plenitud lo descrito por el Papa Francisco: “También en esta época la gente prefiere escuchar a los testigos: «tiene sed de autenticidad […] Exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos conocen y tratan familiarmente como si lo estuvieran viendo” (Papa Francisco, exhortación apostólica Evangelii gaudium n. 150).
En efecto, la familiaridad de Juan con Jesús se remonta al momento en que Isabel reconoce que el Bautista “saltó de alegría en su seno” ante la presencia de María embarazada. Por eso, me sorprende que por dos veces diga “yo no lo conocía”. San Agustín nos dirá que, evidentemente, sí que lo conocía pues, nada más verlo acercarse a él, lo señala como el Cordero de Dios y que lo que hizo fue “conocer más plenamente de lo que ya conocía”. Para quienes ya reconocemos a Jesús como nuestro Salvador, este pasaje no deja de ser una invitación a crecer en nuestra familiaridad e intimidad con Él como condición absolutamente indispensable de nuestra tarea apostólica y evangelizadora. Por eso, me conmueven otras iconografías de San Juan Bautista como la que acompaña estas líneas: dos niños jugando y compartiendo la vida familiar donde Juan mengua para permitir que Jesús salte y se luzca.