+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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5 de enero de 2013
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El hombre es constitutivamente un buscador de sentido. «Sublimando toda cosa hasta su última determinación, llega un instante en que la ciencia acaba sin acabar la cosa; este núcleo transcientífico de la cosa es su religiosidad», decía Ortega. Las religiones no han surgido del miedo, sino del asombro. A la incansable peregrinación del hombre en busca de la verdad y el bien, Dios ha salido al encuentro en Cristo como luz de los pueblos. Tal es el sentido de la fiesta de la Epifanía. En los Magos de Oriente, seguidores de la estrella que se encendió en su noche, estamos representados todos.
El anuncio de Cristo y su aceptación no exige renunciar a ninguna de las grandes conquistas del pensamiento humano, ni a nada de lo noble, de lo bello y verdadero que las religiones han gestado en los sutiles ámbitos de la experiencia mística o en el campo práctico de las exigencias éticas. Cristo no anula, sino que potencia; no es negación, sino don, revelación, gracia y posibilidad de plenitud para todos los hombres.
A veces nos duele el silencio de Dios, pero Él no deja de encender estrellas para aquellos que, como los Magos, le buscan sinceramente.
El Día de la Epifanía lleva consigo, en la Iglesia católica, la celebración de una doble Jornada cuyos contenidos no ocultan ni devalúan el sentido de la Epifanía; lo dan, más bien, cuerpo y concreción práctica. Celebramos el Día de los catequistas nativos y el Día del IEME (Instituto Español de Misiones Extranjeras).
Los catequistas nativos son una parte muy importante del quehacer evangelizador en los países de misión. Sin ellos apenas podría avanzar el anuncio de Jesucristo como luz de los pueblos, y las comunidades cristianas no tendrían vitalidad ni se sentirían convocadas semana tras semana para celebrar juntos la fe allí donde no llega el misionero. Su papel es decisivo. Ellos son la expresión de una Iglesia que, aunque anda escasa de presbíteros, rebosa de vitalidad porque cuenta con un laicado activo y corresponsable de la evangelización.
En cuanto al IEME, s uno de los más fecundos cauces de la Iglesia española para que los sacerdotes diocesanos puedan hacer su aporte misionero por unos años o de por vida más allá de nuestras fronteras. El IEME contribuye, además, a consolidar entre nosotros la conciencia misionera que deseamos sea, cada día, más fuerte y comprometida.
Os decía que Dios no deja de encender estrellas en nuestros días de oscuridad y nubarrones, ¿que son estos trabajadores del Evangelio -catequistas y misioneros- sino estrellas entre quienes sufren, esperan, anhelan una vida más digna y buscan al Dios de la Vida, que, al asumir nuestra carne, ha hecho a todos los hombres hijos del mismo Padre y hermanos en la gran familia humana?