Manuel de Diego Martín

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3 de noviembre de 2012

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Estos días nuestros cementerios se han visto inundados de flores, lágrimas y oraciones. Ya las flores se van marchitando, las lágrimas se evaporan y las plegarias por nuestros difuntos han sido presentadas por los santos Ángeles ante el Eterno Padre.

En nuestro tiempo hay una corriente moderna de gentes que piden ser incinerados y que sus cenizas sean esparcidas a los cuatro vientos. Es una manera de pensar respetable y que la tradición de la Iglesia acepta, pero que le gustaría fuera de otra manera para expresar mejor el simbolismo de venir de la tierra y volver a ella para esperar la resurrección.

Ahora vamos a reflexionar un poco sobre el sentido de las flores, las lágrimas y las oraciones. Las flores ante una tumba son el recordatorio de un amor que permanece. “Dígale con flores que lo ama” dice un conocido eslogan. Quien descansa en esa tumba, a través de las flores, sigue recibiendo el testimonio de un gran amor que la muerte no puede arrancar, porque el amor es más fuerte que la muerte.

Y las lágrimas ¿qué? El llorar es muy humano, porque es la protesta ante la ausencia de un ser querido que quisiéramos tener a nuestro lado. Así es de cruel y mala la muerte que nos arrebata a quienes más queremos. Pero en los creyentes en Jesús las lágrimas amargas pueden convertirse en dulces, es decir, en lágrimas de esperanza. Jesús muriendo en la cruz ha dado jaque mate a nuestra muerte. Ya todo será distinto. Desde la fe cristiana nos queda la esperanza que llegará un nuevo y feliz encuentro en el que toda lágrima cesará. Ya no habrá llanto, ni dolor, sino paz y alegría verdaderas, canta la Liturgia.

Las oraciones son el último regalo que hacemos a nuestros difuntos en su camino de purificación hacia el Eterno Padre. Ellos para encontrarse con la Luz, tienen que revestirse de un traje de fiesta y nosotros les ayudamos con la misma ternura que una mamá ayuda a su hija a vestirse de novia. Pero hay algo más, puesto que creemos en la comunión de los santos, sabemos que nuestras oraciones se entrecruzan con las gracias que nos vienen de nuestros difuntos, cuando recordamos sus palabras, sus ejemplos, todo aquello que aquí  nos ayuda a vivir y que ellos nos enseñaron. Y todo en el espera de que un día, en la eternidad, llegará el dulce encuentro con nuestros seres queridos.