Manuel de Diego Martín
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24 de marzo de 2007
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]D[/fusion_dropcap]e niños aprendimos que las obras de misericordia son catorce. Siete que miran más al espíritu, las restantes miran más al cuerpo. Hoy no nos gusta hablar en términos dualistas de cuerpo y alma, sino más bien hablamos de la persona, del ser humano. Así pues toda obra de misericordia debe buscar el bien, todo el bien de nuestros semejantes.
Una obra de misericordia es enterrar a los muertos En muchos casos enterrar a los muertos llegó a ser un ejercicio de algo riesgo. El viejo Tobías arriesgó mucho por enterrar a judíos en el destierro de Babilonia. La heroína Antígona tuvo que sufrir las iras del rey Agamenón por enterrar a su hermano, ya que estaba prohibido por una cruel ley enterrar a los enemigos.
Desenterrar muertos, ¿es también una obra de misericordia? Nunca han faltado en la historia desenterramientos por dignificar a los que dormían bajo tierra. Así pues, esta acción en algunos casos puede estar llena de amor y misericordia.
Pero cuando desenterrar muertos se convierte en un arma política, que conlleva despertar odios y venganzas, ya no es una obra de misericordia, sino una obra de refinada crueldad. Cuando vemos lo que se proyecta en Cataluña con ese plan para desenterrar muertos, pero no a todos, sino a los suyos, a los que, según ellos, cayeron con nobleza ética, dejando a los otros como los malos, los indeseables, nos encontramos con una situación que no tiene nombre.
Hubo un tiempo en la transición, que con buen criterio, en las cruces de los caídos de los pueblos se quitaron nombres para poner el nombre de todos, los que cayeron en un bando como en el otro, pues todos murieron por España. Este es el mejor camino para la reconciliación, pues Cristo en la cruz murió por todos, por reconciliarnos a todos. Y un día a la voz de Arcángel nos desenterrará a todos, y nos hará salir de las tumbas a una vida nueva, a una vida de resucitados.
Así pues no merece la pena ahora perder el tiempo en desenterrar muertos, sobre todo si es para echarnos los cadáveres como armas arrojadizas los unos contra los otros. Esto en vez de ser una obra de misericordia, es una acción de refinada