Pablo Bermejo
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24 de febrero de 2007
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Siempre he dicho que me gusta mucho más salir de fiesta por el medio día y la tarde que por la noche, es en parte por eso que tanto me gustan los días de Feria.
En los últimos años la única forma de irse de copas por la tarde ya no es esperar al siete de septiembre, sino que cada vez hay más gente los sábados por la tarde en nuestros pubs de La Zona.
La verdad que siempre que puedo cambio mis salidas nocturnas por las diurnas, pues me pillan con más energías y ya no siento que pierdo la mañana del domingo.
Hace unas semanas quedé con unos amigos en ir a tomar unas cañas a la calle Tejares, donde todos sabemos que hasta en invierno hay terrazas para que quepan todas las personas que acuden allí. Comimos a base de tapas refritas y recalentadas pero que nos están muy ricas y después entramos en uno de los pubs con más gente.
A eso de las cinco de la tarde ya sólo quedábamos un amigo y yo, y se nos acercó un chaval. Nos dijo que se había quedado sólo y no era de Albacete, que si se podía tomar una copa con nosotros; como en esos momentos eres más social que nunca, por supuesto no nos importó.
Cerca de las seis de la tarde yo ya empecé a bostezar y pretendía irme a casa, entonces el chico nuevo me dijo que le tenía que echar un poco de dulce a la vida. Me reí y le dije que sí era cierto, que estaba mayor y me estaba volviendo un soso. Entonces me contestó que me vendía un gramo por diez euros; yo no sabía si estaba de broma o era en serio, el caso es que le dije que no me apetecía. El chaval puso cara enfadada como si le hubiera decepcionado y me hubiera portado mal con él, se volvió y se mezcló entre la gente. Casi me hizo sentir culpable y todo.
Bueno, después me quedé un rato comentándolo con mi amigo y fui al baño. Al salir apareció de nuevo el chico que no era de Albacete y le vi pagar un cubata, llevando dentro de la cartera la tarjeta de deportes de unas pistas de atletismo de Albacete… Me vio y se acercó de nuevo como si no hubiera pasado nada, me pasó la mano por los hombros en plan amigo de toda la vida y me soltó una parrafada sin comas: “amigo de verdad que yo soy buena persona yo no engaño a nadie y ese es mi defecto estoy a punto de dejar el negocio y sólo a ti te lo dejo a diez euros aprovecha ahora que ya no voy a vender más”. Lo decía con un tono que confirmó mi sensación de que intentaba hacerme sentir culpable por decirle que no.
En fin, después de darle mil excusas decidí que lo más eficaz era no ser educado y darme la vuelta. Fui a por mi amigo y le dije que me iba a mi casa a tomar algo para coger energías, un buen bocata de chorizo por ejemplo.