Fco. Javier Avilés Jiménez

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19 de octubre de 2013

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Habrá que intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo.  [Benedicto XVI, Porta Fidei 8]

No es Benedicto XVI de los que se paran en las primeras matas… sus afirmaciones se van desarrollando en sucesivas ampliaciones que matizan y profundizan. La fe se basa en la confianza y esa es su fortaleza, su firmeza, su certeza. Pero no por ello hay que claudicar del papel que la reflexión debe desempeñar en la vida de fe, para que ésta no sea un mero reflejo sociológico del hábito o la inercia, ni tampoco una superficial capa de creencias sin raíces espirituales, robusto tronco moral y fecundos frutos de caridad. Y a todo ello nos urge más si cabe el tiempo presente por sus imprevistas salidas.

El año de la fe puede ser la ocasión para que los que intentamos creer con la Iglesia y en la Iglesia, ahondemos en lo que ello supone. Esta reflexión no es sólo en el plano de las ideas y los razonamientos, debe bajar al subsuelo de la meditación que es silencio y rememoración de nuestras personales trayectorias creyentes.

Son muchos los salmos bíblicos que nos muestran como la fe vive en buen medida de la memoria agradecida cuando repasa los hechos, los rostros y las consecuencias para reconocer en todas esas peripecias la presencia y acción de Dios. Esa lectura creyente de la vida, sólo en la pausada atención de la meditación continuada puede hallar iluminación y sugerencias para confirmar que en verdad Dios ha estado grande con nosotros y estamos alegres. Al menos, así lo deberíamos estar si reconocemos su paso por nuestras estancias.