Manuel de Diego Martín
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26 de enero de 2013
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El próximo 2 de febrero, fiesta de la Candelaria, las congregaciones religiosas celebran su gran día, celebran la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. El beato Juan Pablo II quiso que fuera así y no le faltaban razones para ello, ya que en este día recordamos la ofrenda que la Virgen María hizo al Padre de su Hijo Jesús. Este Niño ofrecido es la Luz que viene a iluminar a todos los pueblos tal como lo anunció el sacerdote Simeón. Por eso en este día las Iglesias se llenan de luces.
Es estremecedora la secuencia en que vemos a Simeón con el Niño en sus brazos gritando que quiere dejar esta vida porque va a comenzar otra llena de luz y de paz, la que traerá este Salvador. También anuncia a la Virgen que este Niño será una bandera discutida, unos a favor, otros tan en contra, que una espada traspasará su alma.
Este año el lema de la jornada es: “La Vida consagrada en el año de la fe: Signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo”. ¿Qué es la fe sino el encuentro con Cristo resucitado? Como dice S. Pablo, en otro tiempo erais tinieblas, ahora por la fe habéis sido iluminados y convertidos en hombres nuevos.
Nuestro viejo continente, y los demás también, están envueltos en un sin fin de tinieblas: guerras, hambre, falta de justicia, libertad y amor… ¿Dónde encontraremos luces que puedan romper estas tinieblas? Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no anda en tinieblas” ¿Cómo hacer visible aquí y ahora esta luz de Jesús? Los consagrados siguiendo a Jesús con toda radicalidad, en pobreza, castidad y obediencia, nos están gritando que otro mundo es posible. Un mundo que va más allá del poder, del tener y del hundirse en el materialismo hedonista.
Demos gracias al Padre del cielo por el bien que nuestros hermanos consagrados están haciendo en todos los rincones del mundo, especialmente en los que se vive con mayor desesperanza. Ellos son, ciertamente, luces que iluminan la vida en medio de tantas oscuridades.