Pedro López García

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1 de diciembre de 2024

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Con el primer domingo de Adviento comenzamos un nuevo año litúrgico. Y llama la atención que, justo ahora, hablemos del inicio de un nuevo año; parece que vamos con el pie cambiado: hace dos meses que iniciamos el año escolar; todavía falta un mes para que empiece el nuevo año civil… y ahora… ¿un nuevo año? ¿un nuevo año litúrgico?

En realidad, el inicio del nuevo año litúrgico nos desvela un gran misterio: cuando menos te lo esperas irrumpe Dios en la vida y en la historia; cuando los planes ya están hechos, Dios nos presenta su plan; cuando estamos pensando en el próximo año nuevo, Dios llega con su novedad y con su gracia. El actuar de Dios es sorprendente, inesperado.

Que sea ahora cuando da inicio el año litúrgico nos revela algo del actuar divino en la historia de los hombres: cuando no se le espera o uno no se lo imagina, Él llega y hace nuevas todas las cosas.

Y el nuevo año litúrgico empieza con el tiempo de Adviento. El Adviento es el tiempo litúrgico que nos prepara espiritualmente para celebrar la solemnidad de la Navidad del Señor el 25 de diciembre y todo el tiempo de la Navidad.

Durante el Adviento, la Iglesia revive la espera del Mesías que vivió el pueblo de Israel; revive la espera de la Virgen María antes de dar a luz al Hijo de Dios. Durante este tiempo, la Iglesia también mira hacia el final de los tiempos, cuando el Señor Jesús volverá revestido de gloria, anhelando y orando por su venida.

El Evangelio de este primer domingo de Adviento nos dirige precisamente hacia la segunda venida de Cristo. Con una serie de imágenes espectaculares, se nos habla del final de los tiempos, de la llegada del Señor, de la conclusión de la historia, de la derrota absoluta del mal y de la muerte. El futuro está lleno de esperanza porque quien viene es Cristo Jesús, meta y anhelo de nuestro corazón, amigo íntimo y Señor de nuestra vida. Él llega con poder y con gloria para hacernos partícipes de su victoria. Por eso, no hay que temer, pues quien viene es el amor, la vida y la paz.

Precisamente, por la llegada del Señor, el Evangelio de hoy nos invita a estar preparados, a no dormirnos, a no abandonarnos a la pereza espiritual y al pecado. Tenemos que estar bien dispuestos porque Dios irrumpe cuando menos lo esperamos. Como signo de ello, hemos de prepararnos espiritualmente para la solemnidad de Navidad.  Debemos hacerlo con oración intensa, con obras de penitencia y de caridad, con una buena confesión personal, con un propósito de conversión convincente, con austeridad de vida, con desprendimiento del dinero y con solidaridad con los necesitados. ¡Ven, Señor Jesús!