Manuel de Diego Martín

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28 de junio de 2014

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Cuando era cura de Hellín y participaba en aquellas procesiones del Corpus, las calles engalanadas con alfombras de serrín, los balcones con geranios y banderas y las aceras repletas de gentes, recuerdo cómo un niño preguntaba a su mamá: “¿pues dónde está el Señor?”. “Ahí, ahí, le decía su madre, en ese redondel blanco”. Y el chiquillo insistía resignado: “Pues yo no veo al Señor”. Claro, la criatura estaba acostumbrada a ver desfilar a los Pasos de Semana Santa. Allí sí veía al Señor. Y sin embargo, con más verdad y realismo que en la madera policromada o en las molduras de mármol, allí estaba el Señor en ese trocito blanco de pan.

Leía a un comentarista litúrgico que habría que conseguir que las procesiones del Corpus pasasen por aquellos lugares en los que más se evidencia las pobreza y el dolor, como hospitales, residencias de mayores, centros de disminuidos físicos o mentales o por las barrios marginales. No le faltaba razón a este liturgista en dicha afirmación para evidenciar mejor el simbolismo de esa presencia de Jesús hacia los más pobres y desfavorecidos. Pero no siempre es fácil llegar a todos esos lugares.

El pasado domingo en Albacete, no pasamos por ningún lugar emblemático de pobreza. Y sin embargó sentí una emoción especial al ver a Jesús en un altar en nuestra plaza del “Altozano”. Este es el lugar de encuentro de todos los ciudadanos y de todas las manifestaciones culturales y reivindicativas. Aquí se reúnen partidos y sindicatos, asociaciones “pro vida,” y mujeres que defienden el derecho a abortar; aquí llegan los indignados y los que dicen que pueden acabar con esta sociedad clasista y mala y con todos los sistemas de casta. En una palabra, allí acuden todos los que quieren hacer una sociedad más justa y solidaria. Si en esa plaza hay lugar para todos ¿Por qué no para Jesús de Nazaret que recorría calles y plazas trayendo una palabra de paz y esperanza, y curando todas las dolencias?

Me gustó mucho el orden de la procesión, la música acompañando al Santísimo e interpretando canciones eucarísticas. Me llegaron al alma algunos comentarios que se hacían a través de la megafonía. Entre otros mensajes se decía: Tú eres el fundamento de nuestra existencia, Tú puedes curar todos nuestros males, Tú eres nuestro Dios y Salvador. ¡Cuánta verdad había en esas palabras!

Los creyentes lo tenemos muy claro. En ese trozo de pan blanco, ahí está físicamente, realmente, el mismo que caminaba por Galilea y Judea, el que murió en la cruz para arrancarnos de la esclavitud del pecado y resucitó para darnos la vida eterna. Allí estaba Jesús, quien nos dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.