Julián Ros Corcoles
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26 de octubre de 2019
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]A[/fusion_dropcap]yuno dos veces por semana y doy el diezmo de todo lo que tengo”. No es un mal comportamiento religioso el del fariseo. Pocos de nosotros podemos decir que hacemos lo que este hombre. La narración de la parábola no nos da motivos para pensar que no sea verdad… Es sincero en lo que dice. Estoy convencido de que, verdaderamente, no es ladrón, ni adúltero, ni tan siquiera injusto. No se trata de un hipócrita que intenta engañar a Dios; pero…, se engaña a sí mismo: “no soy como los demás”, afirma. La experiencia de la vida (y sobre todo la sabiduría del Evangelio) nos enseña que todos somos iguales, capaces de los mismos errores y los mismos horrores del hombre más depravado. Con excepción de nuestra Madre María, el pecado nos ha hecho a todos de la misma masa.
Un gran profesor nos enseñaba que lo que nos falta en nuestra época son grandes sinvergüenzas. Se trata de personas que no obraron siempre de acuerdo con sus convicciones más íntimas y sus más básicos principios. Son personas que, sabiendo que obran mal, son capaces de reconocerlo. Tienen la posibilidad de arrepentirse y, por lo tanto, de recibir el gran regalo del perdón… Y, además, mantienen una salud psíquica envidiable. Son personas que no pretenden suprimir sus principios porque, en alguna ocasión, no hayan sido capaces de vivir de acuerdo con ellos. Son capaces de reconocer su fragilidad sin suprimir los principios que la denuncian. Lo contrario, pretender vivir sin Dios y negar que existe una voluntad divina sobre el ser humano para nuestro bien, genera la indiferencia y el relativismo que hacen muy aburrida la vida del hombre porque nos privan de la posibilidad del heroísmo y del riesgo de equivocarnos.
El publicano de la parábola es uno de esos grandes sinvergüenzas a los que tanto debemos. Reconoce, sin excusas ni argumentos, su condición de pecador delante de Dios. No pretende justificar su comportamiento. Simplemente lo confiesa esperando el perdón del Buen Padre Dios. Y nos dice Jesús que lo consiguió: “este bajó a su casa justificado”, es decir, perdonado, con una vida renovada por la gracia de Dios.
En este mes de octubre, mes del Rosario, se nos invita a repetir con sinceridad: “Dios te salve María…, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”. Y poder experimentar, así, que “todo es gracia”.