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1 de agosto de 2009

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Con motivo de la presentación de un famoso deportista, en la noticias aparecieron inmensos grupos de gente que hacia largas colas para conseguir un buen lugar, aguantando altas temperaturas, incomodidades, sueño, algo de hambre, algunos venían incluso de otros países, pero todo eso merecía la pena con tal de ver a su ídolo. Comentándolo con un amigo, decíamos:”cuanta necesidad hay hoy en día de encontrar algo que nos de sentido, buscamos y buscamos un alimento que nos proporcione pequeños instantes de felicidad, y no nos importa invertir las energías que hagan falta; si para buscar a Dios invirtiéramos algo de tiempo, aunque fuera un poquito, que distintas serían las cosas.”

La Palabra de este domingo nos invita a leer el evangelio en clave de revelación, donde Jesús nos manifiesta su verdadera identidad. De las palabras de Jesús podemos deducir sus sospechas de que la gente sigue sin entender nada. Él sabe lo que la gente busca, porque le ha dado de comer (los panes y los peces), pero ellos no han sabido interpretar el verdadero sentido de aquello. Se trata de que la gente vaya más allá de lo simplemente material e, invitarles a buscar un alimento que da la vida eterna.

Como está hablando con judíos, sus palabras tienen constantes alusiones al Antiguo Testamento. En el fondo el evangelista está estableciendo un contraste entre el ayer y el hoy. Lo que sucedió ayer en el desierto con Moisés, ocurre ahora, pero superado, con Jesús.

La mención del pan recuerda a los judíos que el pueblo de Israel recibió el maná en desierto por medio de Moisés. Provocativamente, Jesús afirma que fue Dios y no Moisés quien les dio el pan verdadero y que es él mismo, el enviado del Padre, quien sustituye a Moisés ofreciendo un “pan de vida eterna”.

Por otro lado, el maná también simboliza para los israelitas la ley que recibieron en el Sinaí (los Diez Mandamientos), puesto que ella constituía su alimento cotidiano. Por eso, cuando Jesús habla de alimento, la gente lo interpreta en este sentido y le pregunta sobre lo que deben hacer para actuar como Dios quiere.

Efectivamente, a partir del signo de la multiplicación, Jesús va conduciendo su discurso hasta una afirmación fundamental: “Yo soy el pan de vida”, pero sus oyentes se resisten no sólo a creer, sino también a entender la hondura de estas palabras.

Esta confusión es propia del cuarto evangelio y, permite volver continuamente a misma idea central para perfilar con mayor nitidez su significado. De ahí que tres de los rasgos que definen la identidad de Jesús según el pasaje de hoy vuelvan a repetirse, cada vez con mayor profundidad.

La afirmación que cierra el evangelio de este domingo se explicará mejor en la siguiente revelación. Jesús solo pide que crean en él como enviado de Dios, es decir, nos invita a hacer una opción personal de fe, que conlleve asumir algún compromiso que vaya mas allá de la satisfacción de las simples necesidades básicas, que conlleve pequeñas metas, donde nuestro horizonte sea vivir como hijos e hijas de Dios, renovándonos “con el alimento que perdura”, la Eucaristía, pues sin ella es difícil comprender el verdadero significado de lo que Jesús hace.

Juan José Fernández Cantos
Diácono Permanente de la Parroquia de San José