Pedro López García
|
22 de enero de 2022
|
13
Visitas: 13
La lectura del evangelio de hoy nos presenta unidos dos textos de San Lucas: el prólogo con el que inicia toda su obra y la presentación de Jesús en la sinagoga de Nazaret. Ambos son muy significativos para este domingo de la Palabra de Dios.
En el prólogo San Lucas nos informa de la existencia de relatos sobre la vida del Señor y de la transmisión que los testigos oculares han ido haciendo. Todo ello le sirve a él para escribir su evangelio después de haber investigado todo diligentemente.
Este prólogo nos desvela que desde el principio los testigos oculares, y las sucesivas generaciones de discípulos, anuncian algo realmente ocurrido en nuestra historia: Cristo Jesús, su vida, sus milagros, sus enseñanzas, su pasión, su resurrección. Todo esto no es una hermosa leyenda, sino hechos reales acontecidos en la historia de la humanidad por los que Dios ha visitado a su pueblo para redimirlo.
Los evangelistas han escrito los evangelios para anunciar la salvación que nos ha llegado con la persona de Jesucristo, sobre todo con su muerte y resurrección, y pretenden que quienes los lean o escuchen puedan vivir lo mismo que los primeros seguidores vivieron cuando oyeron a Jesús y le vieron realizar obras maravillosas.
En el segundo texto vemos la presentación de Jesús en la sinagoga de Nazaret. El Señor recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas y su fama se iba extendiendo por toda la región. Fue a Nazaret, donde se había criado y, entrando en la sinagoga el sábado, hace la lectura del profeta Isaías: ‘El Espíritu del Señor está sobre mí…‘. Y mientras todos tenían los ojos clavados en él les dijo: ‘Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír‘.
Cada vez que leemos la Sagrada Escritura, sobre todo en la Liturgia, se cumple eso mismo que aquel día se vivió en la sinagoga de Nazaret: la Palabra de Dios resuena con su fuerza y se hace actual para iluminar la vida, para interpretar la historia, para convocarnos a conversión, para llamarnos al seguimiento.
También nosotros, al escuchar la proclamación de las lecturas de la Palabra de Dios durante la Misa, debemos estar como los habitantes de Nazaret que permanecían con los ojos fijos en Jesús y pendientes de sus labios. Por la boca del lector es Dios mismo quien habla (es tu voz, pero quien habla es el Señor) y, ante ello, hemos de estar bien atentos para escuchar la palabra que viene del cielo y que construye a cada comunidad concreta y a toda la Iglesia.
La lectura del profeta Isaías que hizo Jesús desvela su misión: Él es el ungido por el Espíritu que evangeliza a los pobres, da la libertad, ilumina la oscuridad, vence toda opresión y hace presente el año de gracia y de misericordia de nuestro Dios. Con Cristo estas palabras de Isaías adquieren un sentido nuevo y más profundo: Él es el Siervo de Yahvé que trae la salvación para todos los pueblos, que redime del pecado y de la muerte, que libera de toda esclavitud y sufrimiento.
Pedro López García
Vicario Episcopal Zona Levante