Manuel de Diego Martín
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10 de marzo de 2007
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Ayer hicimos en mi parroquia, Corazón de Jesús de Hellín, la bendición del nuevo trono de la Virgen de las Penas. Los cofrades no podían resignarse a que su hermosísima Imagen iniciase su procesión en la calle, en el pórtico de la Iglesia, Lo suyo era salir de su casa a los acordes del himno, y ante el aplauso enfervorizado de la multitud que espera fuera.
Con el nuevo trono todo va a ser posible. Por primera vez la Virgen va a procesionar, saliendo del templo, con un trono nuevo que va a dejar boquiabiertos a todos los hellineros. Cabía preguntar a la Virgen si quiere este nuevo trono o por el contrario se sentía más a gusto con el anterior aunque tuviera que salir a pie a la puerta para poder subirse a él. Esta respuesta nadie la puede dar, no esperamos que la Virgen haga una revelación milagrosa para manifestarnos lo que a ella le gustaría más. Yo puedo dar fe de que los cofrades han trabajado largo tiempo, y muy duro, con una ilusión enorme, por conseguir esta joya para ofrecérsela a la Virgen. Así pues ella debe estar contenta con sus cofrades.
La procesión más hermosa que he visto en mi vida fue una que presencié en Burkina Faso (África) en que una multitud acompañaba a la Virgen entre cantos, aplausos, gritos y tantanes. ¿Qué trono llevaba aquella Imagen? Los simples y robustos brazos de una cristiana. En aquellas tierras, naturalmente, no hay dineros para comprar lujosos tronos.
Al empezar la Cuaresma el Papa nos invitaba a prepararnos para que podamos mirar al “Traspasado” es decir, podamos mirar a Jesús Crucificado. Y, desde Cristo, nuestra mirada pueda llegar a todos los traspasados de la tierra, es decir a todos los empobrecidos del mundo. Pues lo mismo digo, a nuestros cofrades; que ellos, que con tanta ilusión se preparan a cargar sobre sus hombros el nuevo trono con la Virgen de las Penas, estén dispuestos a cargar como actitud permanente en su vida con las penas de todos aquellos que encuentren a su lado, ya sean ancianos solos, enfermos crónicos, jóvenes sin esperanza, niños abandonados; todos aquellos que esperen que alguien les eche una mano, para poder seguir caminando.