Manuel de Diego Martín
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3 de noviembre de 2007
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Decía el inmortal Cervantes que la batalla de Lepanto fue la más alta ocasión que vieron los siglos. En ella el genial escritor perdió su brazo. Afirmaba esto porque en Lepanto la cristiandad obtuvo una gran victoria frente al Islam. Decía esto, porque Lepanto se convirtió en el muro en que se estrelló la furia del imperio turco que intentaba apoderarse de los reinos cristianos.
Parodiando un poco este símil pudiéramos decir que la jornada vivida el pasado domingo en la Plaza de San Pedro en Roma ha sido la más alta ocasión que ha vivido la Iglesia española para hacer un apoteósico canto a los mártires de España del siglo XX, y desde la eternidad, que irradia esta ciudad santa, un canto a los mártires de todos los tiempos. Un canto de alabanza a todos aquellos que fueron fieles al seguimiento de Jesucristo hasta derramar su sangre.
He tenido la suerte de vivir en Roma, como peregrino, este grandioso acontecimiento. Era sobrecogedor escuchar los nombres de los mártires y el de sus respectivas regiones. Todos los surcos de las tierras de España quedaron regados con la sangre de sus hijos. Tal como nos decía el Cardenal que presidió la celebración, en tiempos de laicismo, o de relativismos a ultranza, donde todo vale o todo da lo mismo, los mártires nos recuerdan que la conciencia y la libertad están por encima de todos los poderes de este mundo. ¡Qué canto más sublime el de los mártires para hacernos comprender lo grande que es la dignidad de la persona humana! El único absoluto es Dios. Los mártires se convierten en ese muro inquebrantable en el que se estrellan todas la voluntades humanas que rechazan a Dios y en consecuencia son capaces de arramplar con todos los valores que adornan a su más grande criatura, que es el ser humano. Los dictadores y tiranos de este mundo ante los mártires dan en hueso. Estos prefieren morir antes que negar. Eso sí, mueren con la paz en el corazón y el perdón en los labios hacia todos aquellos que les arrancaron brutalmente la vida.
El Papa Benedicto desde el balcón del Ángelus, recordando a nuestros mártires, nos animó a todos los españoles a ser santos, a saber vivir en la fidelidad a Dios cada día. Aún en medio de las contradicciones, de las dificultades, o de los martirios incruentos debemos tener el coraje de decir un sí de fidelidad a Jesucristo cada día. Que los mártires, proclamados beatos el domingo pasado, nos concedan vivir esta gracia que tanto necesitamos.