Pedro López García

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20 de noviembre de 2021

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El rey que ama hasta el extremo

Durante su vida pública Jesús había anunciado la llegada del Reino de Dios. En varias ocasiones el pueblo le busca para proclamarlo rey, pero él desaparece rechazando, de este modo, tal pretensión, sobre todo porque la multitud la entiende de forma política.

Ahora, cuando todo está aparentemente perdido, en el contexto de la pasión y en el interrogatorio de Pilato, Jesús afirma: “tú lo dices: yo soy rey”. Ya no hay confusión ni ambigüedad posible: Aquel que ha sido humillado y entregado, Aquel que será coronado de espinas y clavado en la cruz, es el rey de los judíos, el Mesías prometido, el Señor y el Salvador.

Cristo reina en la entrega de sí mismo por nosotros para liberarnos de la esclavitud del pecado y del dominio del príncipe de este mundo (Jn 12,31) que nos encadena y tiraniza. Cristo es el rey que ama hasta el extremo a todos los hombres, muere para rescatarnos y manifiesta su poder con el perdón y la misericordia. Cristo es rey “para dar testimonio de la verdad” que revela el misterio de Dios y del hombre, de la historia y del futuro, de la vida y de la muerte.

Cristo es rey y con Él llega el Reino de Dios, es decir, la soberanía de Dios en la humanidad y en la historia. Este reinado produce la salvación, la divinización del ser humano, la redención del pecado, del mal y de la muerte; y de este modo se hace posible la paz, la justicia, el amor y la vida para todos los hombres y para todos los pueblos de la tierra.

La Iglesia confiesa, celebra y anuncia a Jesucristo, Rey del universo, en cada una de sus acciones y de sus celebraciones, pero lo hace especialmente en el último domingo del año litúrgico: después de haber recorrido el Misterio de Cristo desde la encarnación hasta la Pascua, pasando por la vida pública, hoy subraya la realeza de Aquel por quien y para quien todo fue creado, de Aquel que, muerto y resucitado, vive para siempre y es el centro y el fundamento de la creación y el gozo de la Iglesia.

En Él, el Señor y el Rey, se desvela el sentido de la vida y el secreto de la historia. En Él, modelo perfecto y supremo del hombre nuevo, cada ser humano encuentra el prototipo con el que configurarse y la meta para la que fue creado.

La realeza gloriosa de Jesucristo, como muestra el evangelio, pasa por la coronación de espinas y el trono de la cruz. Su reinar fue y es servir, interceder, guiar a la humanidad y al cosmos hacia la plenitud, hacia la consumación del reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz, en el que Dios lo será todo en todos.

Pedro López García
Párroco de La Asunción de Almansa