Francisco San José Palomar

|

26 de marzo de 2022

|

102

Visitas: 102

Jesús nos regaló el mejor retrato de Dios en la que nosotros llamamos parábola del hijo pródigo. 

Dios es Padre con entrañas de madre. La parábola nos habla de un Padre que sueña cada día con la vuelta del hijo rebelde. Se asoma al camino para verle retornar. Sería el gozo más grande de su corazón. 

Mientras tanto el hijo ha ido despilfarrando toda la fortuna en francachelas y se encuentra en un estado deplorable de mendigar para llevarse a la boca un chusco de pan. 

En tal situación, este hijo derrochador y ahora mendigo se acuerda de su Padre y – certera intuición – decide su vuelta a la casa: “Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.»  Y se puso en camino.

El desenlace de este retorno es conmovedor. El Padre lo ve a lo lejos y echa a correr hacia él hijo. Este quiere explicar, pero el Padre lo abraza, sobran explicaciones. Hay un motivo y una sola manera de celebrar este encuentro y ofrece un banquete. 

Nuestro querido Alberto Iniesta escribió: “Casi no me lo creo, Dios mío, que, a ti, Señor, te pueda llamar Padre, papá y tú puedas llamarme de verdad hijo tuyo con todo lo que supone de intimidad, de confianza, de ternura y cariño, siendo tú quién eres y siendo yo quien soy y quien he sido”.

Unas últimas “consideraciones” para nuestra vida de creyentes.

El amor siempre espera. El Padre respeta la libertad insolente del hijo menor, que se llevará la parte de sus bienes, que dice le corresponden. Pero este Padre permanece bueno y fuerte en la espera.  Cada día anhela la vuelta del hijo salido de sus entrañas y cada día sale a otear el horizonte por donde el hijo siempre querido pueda regresar.  La corazonada no falla y un día estalla de gozo: el hijo aparece por el horizonte, retorna.  Y ya, todo son abrazos, alegría, banquete de fiesta, baile, vestido nuevo y el anillo, signo de la dignidad de hijo recuperada.

El hijo elige libremente retornar. Este hijo bastante calavera mantenía un cúmulo de buenas cualidades. Experimenta la vida, pero reflexiona. Busca remedio a su hambre y al encontrar sólo bellotas con que alimentarse se acuerda de la casa de su Padre y decide retornar. No quiere ya seguir así y elige volver libremente a casa de su Padre. –  Pero ya no vuelve igual que cuando marchó. La experiencia calamitosa de su egoísta y exacerbada libertad le ha hecho aprender. Regresa cambiado. El, aunque quería ser recibido como un jornalero, experimentará que no hay nada parecido al amor de un Padre.  Este le recibe como hijo, con dignidad de persona amada sin límites y hasta el final. Es ahora ya un hijo transformado.

Francisco San José Palomar
Sacerdote Diocesano