Amando Herguera Orea
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19 de septiembre de 2020
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Uno de los mensajes fundamentales de la buena noticia de Jesús es que el Reino de Dios es una realidad que está ya presente en medio de nosotros y que camina hacia su plenitud. Este Reino es fundamentalmente, iniciativa y regalo de Dios, en la que nosotros somos invitados a colaborar con nuestra respuesta incondicional y entusiasta a la llamada que Dios nos hace. Para Él, cada uno de nosotros somos especiales e insustituibles, pero no tan imprescindibles como a veces pensamos, donde muchas veces nos podemos erigir en los principales protagonistas de una realidad que se nos ha dado. Esto ocurre en la Iglesia, pero también en otros ámbitos de nuestra sociedad.
El Reino es identificado con el propietario y ese propietario tiene una viña, esta forma parte del reino, pero sin olvidar al que es el dueño. En la viña se necesitan siempre trabadores, la tarea es múltiple, variada y se necesitan operarios para que las cepas puedan dar su fruto.
Hoy en el evangelio que escuchamos en la liturgia, se nos presenta un texto que San Mateo dirige a una comunidad de origen hebreo, en la que ya no están solo judíos que han creído y aceptado el evangelio sino a gentes provenientes de la gentilidad, incorporados en la “última hora” a la comunidad de Jesús. Como en otras parábolas que tienen como protagonistas a los fariseos, en esta ocasión se señala que, aunque se lleve toda la vida trabajando en la viña del Señor, es fácil olvidar que todo se debe a la misericordia de Dios. Que antes de los que estamos de “toda la vida” en este camino, hubo otros que dejaron sus huellas, llamados a igual que nosotros, en una hora anterior; y después de nosotros el Señor seguirá confiando en otros que continúen su tarea por el Reino, derramando sobre ellos su Espíritu y capacitándolos como antes lo ha hecho con nosotros. Y todo esto porque sí, por su gran amor por todos. Su llamada es universal y gratuita y como recuerda el Apóstol “¿Que tienes que no hayas recibido? y si lo has recibido ¿por qué te alabas a ti mismo como si lo hubieras recibido? 1 Cor4,7.
Unos momentos antes Pedro ha preguntado a Jesús, que recibiría aquel que ha dejado todo por seguirle; Dios dará siempre el ciento como don, no tanto como méritos adquiridos durante mucho tiempo, sino como puro don, donde somos puros administradores de algo que es más grande que nosotros mismos y como “siervos inútiles” respondemos con generosidad a esa llamada donde se nos da más de lo que nosotros podemos ofrecer.
Todo es gracia dirá San Pablo y al contrario de la mentalidad farisaica Jesús quiere la conversión de todos y el trabajo por ese reino que llega como don de Dios. El propietario de la viña, era bueno y quería que todos trabajasen y por ello continúa llamando a diferentes horas de la jornada. A nadie se le quita lo que se les prometió, pero la generosidad de Dios y su confianza es para todos. Esta es una lógica, la lógica de Dios, que va en contra de nuestros planteamientos y esquemas. Cuantas veces hacemos “guetos”: los “de la primera hora”, los que nos podemos considerar en todos los ámbitos como los legítimos dueños, los que podemos decidir, en contra de aquellos que consideramos ajenos porque son los nuevos…. Los que llegan y que consideramos de segunda categoría, unos extraños, que van contra nuestras propias tradiciones. La línea siempre es muy delgada y todos tenemos el peligro de traspasarla.