Pedro López García

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7 de mayo de 2022

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El evangelio de este domingo es breve y esencial, con ideas claras e importantes. Los cuatro versículos que escuchamos del evangelista San Juan pertenecen al discurso de Jesús sobre el buen Pastor.

Ya, en el Antiguo Testamento, Dios mismo se presenta como el Pastor de su pueblo Israel. Él lo guía, busca a las ovejas extraviadas, cura a las heridas, las alimenta y las defiende: “buscaré la oveja perdida, recogeré a la descarriada; vendaré a las heridas; fortaleceré a la enferma; pero a la que está fuerte y robusta la guardaré: la apacentaré con justicia” (Ez 34,16).

Cristo Jesús se presenta ahora como el buen Pastor. En Él se cumple la profecía de Ezequiel. Con Él, Dios mismo pastorea y guía a su pueblo. Él es el Pastor que conoce a sus ovejas y da la vida por ellas porque para eso ha venido: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,10b).

El texto evangélico de este domingo nos presenta la relación entre el Pastor y sus ovejas, entre Jesús y sus discípulos; seguidamente refiere lo que hace por los suyos en cuanto pastor y lo que los suyos pueden esperar de Él. Sus ovejas escuchan su voz, Él las conoce y ellas le siguen.

Los hombres que escuchan su voz le pertenecen y le siguen. Es precisamente escuchando su voz como se entra en comunión con Él y se inicia el camino del seguimiento. Y con su palabra Jesús nos revela al Padre, nos comunica que Dios es su Padre y que está unido a Él de un modo estrechísimo: “Yo y el Padre somos uno” (v. 30). Dios, el Padre, y Jesús, el Hijo, tienen una vida única; todo lo tienen en común; el Padre ha comunicado al Hijo todo lo que le pertenece y que le constituye.

El Señor Jesús, como Pastor, conoce a sus ovejas, a los suyos. Frente a Él no hay una masa anónima, sino más bien una multitud de personas únicas y originales conocidas por su nombre. Con ellas establece una relación de amor y de intimidad.

A las ovejas que escuchan su voz, a las que conoce y que le siguen, Él les da la vida eterna, no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de su mano. Toda la acción de Jesús va dirigida a mostrarnos lo que nos hace daño y nos hace morir e indicarnos el camino que conduce a la vida y a darnos la vida eterna. La vida eterna es entrar en comunión con el Padre y con el Hijo, es ser hecho partícipe de la propia vida divina, meta del anhelo humano y plenitud inimaginable de nuestro ser.

Todo lo que venimos diciendo se ha cumplido en la muerte y resurrección de Cristo. Con su muerte ha dado la vida hasta el extremo por sus ovejas; con su resurrección nos ha abierto los pastos de la vida. Él es el Pastor que vive hoy y ahora y nos guía con su palabra, que escuchamos en la Sagrada Escritura, y con los Sacramentos, especialmente con la Eucaristía en la que se vuelve a ofrecer al Padre por nosotros para que tengamos vida eterna. Aquél que es el Pastor se ha convertido en el alimento de la vida y de la salvación.

            

Pedro López García
Vicario Episcopal Levante