Manuel de Diego Martín
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30 de junio de 2012
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El pasado viernes celebrábamos la fiesta de San Pedro y San Pablo. San Pedro fue el primer Papa. Fue aquel a quien Jesús le dijo que su nombre significaba piedra y que sobre esa piedra iba a edificar su Iglesia. Por eso, en este día se celebra también “El día del Papa”.
Hoy Benedicto XVI es esa piedra sobre la que Jesús hace descansar a su Iglesia. Él es el vicario de Cristo; como decía Santa Catalina de Siena, él es “el dulce Jesús en la tierra”.
Desde esta página queremos manifestar al Papa todo nuestro cariño y afecto. Y a la vez ofrecer nuestras oraciones para que el Espíritu Santo le de fortaleza para hacer frente a todas las insidias y malquerencias que hacia él a diestro y a siniestro se prodigan. Que pueda seguir guiando a la Iglesia por caminos de total fidelidad a su Señor.
Entre los grandes documentos de nuestro Papa quiero fijarme en uno, por su grandiosidad, porque quedará como un clásico en la historia de la doctrina de los Papas y porque refleja de una manera singular su personalidad intelectual y mística. Se trata de la Encíclica “Caritas in Veritate”. Vivir la caridad en la verdad es un programa inagotable que lo dice todo.
Este Papa ha tomado como bandera de su pontificado hacer que los hombres busquen la verdad para poder vivir en ella y desde ella. Él insiste mucho en buscar la verdad desde la razón. Él nos dice que la fe necesita de la razón para ahondar en el misterio del ser humano y así desde la búsqueda de la racionalidad de las cosas nos encontramos con una herramienta muy valida para el dialogo entre los pueblos y las culturas.
Otro tema de Benedicto es llegar a una verdadera comprensión de la justicia desde la caridad. En esta época de la globalización y de las grandes crisis económicas, nos dirá que la salvación del hombre para que pueda vivir en los parámetros de la verdadera justicia, no vendrá ni de la sola política, ni desde las ciencias económicas y sus leyes. La salvación llegará cuando los dirigentes políticos y los expertos en ciencias económicas sepan comprender que al hombre lo salva el amor, la gratuidad, la búsqueda del bien común.
Que estas grandes ideas de Benedicto nos ayuden a construir un mundo más humano y fraterno; dicho de otra manera, un mundo abierto a Dios. Pues él lo dice y repite, la mayor desgracia que puede ocurrirnos es que nos quedemos sin Dios, y por tanto sin futuro y sin la verdadera salvación.