Manuel de Diego Martín
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10 de octubre de 2009
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Hoy el Papa Benedicto canoniza a cinco nuevos santos. Entre ellos dos españoles: El Padre Francisco Coll, nacido en la provincia de Gerona, fundador de las Hermanas Dominicas, de cuya presencia nos sentimos aquí honrados en Albacete a través de sus colegios. El Hermano Rafael, burgalés, estudiante de arquitectura, después monje trapense en la Abadía de Dueñas en Palencia hasta que murió a los veintisiete años.
Tenemos también al conocidísimo P. Damián, el apóstol de los leprosos de nacionalidad belga. Una religiosa francesa Juana Jugan que fundó la Congregación de las Hermanitas de los pobres y el obispo polaco, P. Sigmund, insigne luchador en la cuestión social en favor de los pobres.
Por falta de espacio y esperando tener otros momentos para hablar de los demás, hoy quiero fijarme especialmente el P. Damián. Religioso de los Sagrados Corazones, una vez ordenado sacerdote, pide ir a las misiones. Lo envían a las islas de Hawai. Cuando la lepra azota el archipiélago, las autoridades determinan que los enfermos sean confinados a la isla de Molokai. El P. Damián pide ir con los leprosos y morir si es precioso entre ellos.
Nos cuenta en sus escritos que allá se encontró con un infierno en la tierra. Encontró una vieja capilla abandonada e intentó restaurarla “desde allí, nos dice, escuchaba la risa de los borrachos, el llanto de los moribundos, el aullido de los perros salvajes que devoraban a los muertos. Allá no había convivencia, sino el miedo de unos frente a otros, mucha violencia, era como una ciudad sin ley; era el infierno en la tierra…”.
Con mucha paciencia y con mucho amor Damián consigue que allá vaya surgiendo una comunidad fraterna abierta a la esperanza. Así vemos como la vida de este santo es una copia de la vida de Jesús, una entrega total a sus hermanos hasta la muerte.
En un referéndum hecho en Bélgica hace unos años, la gente reconoce al P. Damián como el belga más grande de todos los tiempos. Hoy su grandeza como santo es firmada en el cielo. Está bien pues que recordemos a estos gigantes de la caridad fraterna que tanto bien han hecho a la humanidad como exigencia de un seguimiento radical a Jesucristo.
Cuando hoy se hacen películas que quieren hacernos ver que el cristianismo ha traído al mundo mucha insolidaridad e intolerancia, recordando la biografía de cada santo canonizado en el día de hoy, tenemos que reconocer que todo eso no son más que puras películas, la realidad es muy otra. No importa que sean subvencionadas con dineros públicos y aplaudidas por nuestros ministros. Repetimos, películas como esas, no son más que simples películas que muy poco tienen que ver con la realidad ni con la historia.