Manuel de Diego Martín

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22 de junio de 2013

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Por las mañanas, siempre que puedo, me gusta caminar para quemar colesterol, mientras escucho Radio Maria. Ahora en concreto, a las ocho de la mañana, toca el Youcat, el catecismo de los jóvenes explicado por el Obispo de S. Sebastián, Mons. Munilla.

Y en la pregunta del otro día nº. 448, dentro del séptimo mandamiento, se planteaba esta cuestión: ¿Son la pobreza y el subdesarrollo un destino ineludible? Naturalmente no. Pero la realidad de nuestro mundo es que hay mil cuatrocientos millones de hombres que viven con menos de un euro por día. Como es natural esta gente no tiene suficientes alimentos, ni agua potable, ni acceso a la educación, ni asistencia sanitaria. Y llega la afirmación sobrecogedora del catecismo: Cada día mueren 25.000 personas a causa de la desnutrición, muchas de ellas niños.

El Obispo en su comentario añade: Y en estos tiempos la ayuda humanitaria a los pueblos subdesarrollados, a causa de la crisis, se ha reducido en un 80%. Esto es para echarse a temblar. Podemos decir que la caridad bien entendida empieza por uno mismo. Como estamos nosotros apretados, no podemos ayudar a los demás. Es cierto, que estamos apretados, pero otros lo están infinitamente más.

Ante este panorama, ¡qué actualidad tienen las palabras que dirigió estos días el Papa Francisco a David Cameron al iniciar la cumbre de los G-8, los países más ricos del mundo! Les dice el Papa que la Economía y la Política están al servicio del hombre, sobre todo de los más débiles, estén donde estén. También a los que están en el vientre de sus madres. La Economía, sigue diciendo, no es el arte de ganar dinero, sino de servir mejor al hombre. La Economía global, añade, debe ayudar al desarrollo de todos, empezando por los últimos.

Así pues. Pregunta el Catecismo, ¿La pobreza y el subdesarrollo son inevitables? Hay que responder, sí. Pero para ello tienen que cambiar de corazón los poderosos de la tierra.